Bueno, no exactamente sobre el Bicentenario, sería anacrónico, pero no me digan que las reacciones de antes y las de ahora no son las mismas!
Mordisquito!
xxxii
¡Y bueno! ¡Ya estuvo, ya fue! ¿Te enteraste, Mordisquito?
¿Vos no fuiste? Claro, ¡qué vas a ir! Pero no me
digas que no escuchaste el himno de la gente enloquecida
por la alegría, que no leíste las crónicas de ese momento
enorme, que no viste las fotografías de todo ese
impresionante amor. ¡Ya estuvo, ya fue, Mordisquito!
¡Te hablé de millones, y fueron millones! ¡Te anuncié
que un pueblo se movía cantando bajo las banderas, y
estuvo el pueblo, estuvo, como te lo dije, de pie para
pedir lo que quería y lo que necesitaba, y lo ha conseguido,
y vuelve a ser feliz. Vos no dejaste que los tuyos salieran
a la calle. A lo mejor, vos fuiste uno de esos que llamaban
a las puertas y, cuando encontraban la rendija,
metían por la rendija el filo misterioso del chisme. «¡Shhh,
atenti! Venimos para aconsejarle. Mañana, veintidós,
quédense en casa. ¡Shhh, atentí, ojo! Van a pasar cosas.
¡Shhh!» ¡Y sí, y claro, pasaron cosas… pero históricas,
maravillosas, soberanas! ¿Entendés, Mordisquito? La
calumnia, el rumor infame, el sabotaje chiquito de los
incrédulos, ¡todos los recursos del despecho y de la murmuración,
fueron impotentes para manchar la estrella
que los argentinos leales entendimos ayer! Llegó el pueblo,
ese pueblo ayer apaleado y hoy redimido y se metió
en las calles, no gritando mueras, sino vítores de cariño.
Y no traían ni revólveres, ni taleros, ni chuzos, ni las
cachiporras de otros años lastimosos, sino que traían fervor
en bolsas, Mordisquito, y lo derramaron pidiendo a
gritos. Pero vos sabés lo que pedían. ¡No me digas que
no lo sabés! No pidieron lo que siempre pedía antes el
pueblo: que algo terminase para ver si, empezando de
nuevo, algo los mejoraba. No, no, al contrario. Pidieron
que algo siguiese —y seguirá— para el bien de los que
creen, para la felicidad de los que no creen, para el milagro
de todos. ¡Seguirá, Mordisquito! Porque puedo equivocarme
yo, vos… podemos equivocarnos cien, ¡pero
no pueden equivocarse millones! Y no son millones que
están a la espera de promesas y que vitorean dos nombres
pensando en las promesas. No, no; son millones que
han recibido ya una vida nueva, ¿me entendés?, y quieren
que esa vida siga. ¿Cómo querés oponerle al bienestar
de la tremenda, de la absoluta mayoría, ese resentimiento
tuyo, pequeño resentimiento, Mordisquito; esa
negativa tuya que no se apoya en una convicción sino en
una obstinación? Vos te enteraste, vos sabés, te contaron
o lo leíste, que en tu patria hay millones de personas
inmensamente felices que vinieron desde todos los caminos
para pedir, para rogar, para exigir la presencia de
una mujer y un hombre. ¿Y sabés por qué? Porque esa
mujer y ese hombre ¡han sido los promotores de su felicidad!
¿Para qué creés que vinieron? ¿Para qué creés que
llegaron, y no de la vereda de enfrente, no de los barrios
a media hora del centro, sino de Misiones, San Antonio
de los Cobres o el más lejano puerto del sur? No vinieron
a provocar, a pelear, a discutir, a llenar las calles de
tristeza, de horror y de miedo, sino a llenarlas de entusiasmo,
de emoción y de esperanza. Y ahora que el pueblo
iluminado consiguió lo que quería y lo que merecía,
el pueblo vuelve a sus hogares, al hogar de allí enfrente
o al que está a mil kilómetros. Vuelve riendo y gritando,
demostrando gran cultura, sin hacer daño a nadie, sin
pólvora y sin machete. ¡Puro amor, Mordisquito, puro
y radiante amor! ¿Todavía no entendés el mensaje? ¡Vamos,
a mí no me lo cuentes! ¡Podés encogerte ante el telegrama
de uno, pero no ante la jornada de auténtica democracia
que ayer ofreció la muchedumbre en marcha!
No, Mordisquito, hoy menos que nunca, ¿podrías contarme
que todavía no entendés y no respetás? ¡No, no,
a mí no me la vas a contar!
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