jueves, 28 de octubre de 2010

Gracias, Néstor!





Néstor y lo que se viene
Por Mempo Giardinelli

Escribo esto en caliente, en la misma mañana de la muerte anunciada de Néstor Kirchner, y ojalá me equivoque. Pero siento dolor y miedo y necesito expresarlo.

Pienso que estos días van a ser feísimos, con un carnaval de hipocresía en el Congreso, ya van a ver. Los muertos políticos van a estar ahí con sus jetas impertérritas. Los resucitados de gobiernos anteriores. Los lameculos profesionales que ahora se dicen “disidentes”. Los frívolos y los garcas que a diario dibujan Rudy y Dani. Todos ellos y ellas. Caras de plástico, de hierro fundido, de caca endurecida. Aplaudidos secretamente por los que ya están emitiendo mailes de alegría feroz.

Los veremos en la tele, los veo ya en este mediodía soleado que aquí en el Chaco, al menos, resplandece como para una mejor causa.

Nunca fui kirchnerista. Nunca vi a Néstor en persona, jamás estuve en un mismo lugar con él. Ni siquiera lo voté en 2003. Y se lo dije la única vez que me llamó por teléfono para pedirme que aceptara ser embajador argentino en Cuba.

Siempre dije y escribí que no me gustaba su estilo medio cachafaz, esa informalidad provocadora que lo caracterizaba. Su manera tan peronista de hacer política juntando agua clara y aceite usado y viscoso.

Pero lo fui respetando a medida que, con un poder que no tenía, tomaba velozmente medidas que la Argentina necesitaba y casi todos veníamos pidiendo a gritos. Y que enumero ahora, porque en el futuro inmediato me parece que tendremos que subrayar estos recuentos para marcar diferencias. Fue él, o su gobierno, y ahora el de Cristina:

- El que cambió la política pública de derechos humanos en la Argentina. Nada menos. Ahora algunos dicen estar “hartos” del asunto, como otros criticaron siempre que era una política más declarativa que otra cosa. Pero Néstor lo hizo: lo empezó y fue consecuente. Y así se ganó el respeto de millones.

- El que cambió la Corte Suprema de Justicia, y no importa si después la Corte no ha sabido cambiar a la Justicia argentina.

- El que abrió los archivos de los servicios secretos y con ello reorientó el juicio por los atentados sufridos por la comunidad judía en los ’90.

- El que recuperó el control público del Correo, de Aguas, de Aerolíneas.

- El que impulsó y logró la nulidad de las leyes que impedían conocer la verdad y castigar a los culpables del genocidio.

- El que cambió nuestra política exterior terminando con las claudicantes relaciones carnales y otras payasadas.

- El que dispuso una consecuente y progresista política educativa como no tuvimos por décadas, y el que cambió la infame Ley Federal de Educación menemista por la actual, que es democrática e inclusiva.

- El que empezó a cambiar la política hacia los maestros y los jubilados, que por muchos años fueron los dos sectores salarialmente más atrasados del país.

- El que cambió radicalmente la política de defensa, de manera que ahora este país empieza a tener unas Fuerzas Armadas diferentes, democráticas y sometidas al poder político por primera vez en su historia.

- El que inició una gestión plural en la cultura, que ahora abarca todo el país y no sólo la ciudad de Buenos Aires.

- El que comenzó la primera reforma fiscal en décadas, a la que todavía le falta mucho pero hoy permite recaudaciones record.

- El que renegoció la deuda externa y terminó con la estúpida dictadura del FMI. Y por primera vez maneja el Banco Central con una política nacional y con record de divisas.

- El que liquidó el infame negocio de las AFJP y recuperó para el Estado la previsión social.

- El que con la nueva ley de medios empezó a limitar el poder absoluto de la dictadura periodística privada que todavía distorsiona la cabeza de millones de compatriotas.

- El que impulsó la ley de matrimonio igualitario y mantiene una política antidiscriminatoria como jamás tuvimos.

- El que gestionó un crecimiento económico de los más altos del mundo, con recuperación industrial evidente, estabilidad de casi una década y disminución del desempleo. Y va por más, porque se acerca la nueva legislación de entidades bancarias, que terminará un día de éstos con las herencias de Martínez de Hoz y de Cavallo.

Néstor lo hizo. Junto a Cristina, que lo sigue haciendo. Con innumerables errores, desde ya. Con metidas de pata, corruptelas y turbiedades varias y algunas muy irritantes, funcionarios impresentables, cierta belicosidad inútil y lo que se quiera reprocharles, todo eso que a muchos como yo nos dificulta declararnos kirchneristas, o nos lo impide.

Pero sólo los miserables olvidan que la corrupción en la Argentina es connatural desde que la reinventaron los mil veces malditos dictadores y el riojano ídem.

De manera que sin justificarle ni un centavo mal habido a nadie, en esta hora hay que recordarle a la nación toda que nadie, pero nadie, y ningún presidente desde por lo menos Juan Perón entre el ’46 y el ’55, produjo tantos y tan profundos cambios positivos en y para la vida nacional.

A ver si alguien puede decir lo contrario.

De manera que menudos méritos los de este flaco bizco, desfachatado, contradictorio y de caminar ladeado, como el de los pingüinos.

Sí, escribo esto adolorido y con miedo, en esta jodida mañana de sol, y desolado también, como millones de argentinos, un poco por este hombre que Estela de Carlotto acaba de definir como “indispensable” y otro poco por nosotros, por nuestro amado y pobrecito país.

Y redoblo mi ruego de que Cristina se cuide, y la cuidemos. Se nos viene encima un año tremendo, con las jaurías sedientas y capaces de cualquier cosa por recuperar el miserable poder que tuvieron y perdieron gracias a quienes ellos llamaron despreciativamente “Los K” y nosotros, los argentinos de a pie, los ciudadanos y ciudadanas que no comemos masitas envenenadas por la prensa y la tele del sistema mediático privado, probablemente y en adelante los recordaremos como “Néstor y Cristina, los que cambiaron la Argentina”.

Descanse en paz, Néstor Kirchner, con todos sus errores, defectos y miserias si las tuvo, pero sobre todo con sus enormes aciertos. Y aguante Cristina. Que no está sola.

Y los demás, nosotros, a apechugar. ¿O acaso hemos hecho otra cosa en nuestras vidas y en este país?

domingo, 24 de octubre de 2010

Para la asamblea...

Sobre el uso político de los muertos
Por José Pablo Feinmann


Hace un par de días, un brillante politólogo norteamericano (que conduce un programa de televisión) discutía con tres demócratas –ningún republicano había aceptado ir al programa– la política del presidente Obama. Se decían cosas duras: “Los (norte)americanos somos un pueblo de idiotas y tenemos lo que merecemos, y tal vez más”. “Este gobierno ha hecho muy poco de lo que se esperaba de él.” “Los republicanos, lo sabemos, son basura o peor que eso: torturadores.” Aquí, Bill Maher, el mítico conductor del programa, les propone una reflexión a sus invitados. Dice que está de acuerdo con todo lo que se ha dicho. Pero que desea rescatar dos frases. Una, sobre Obama: “Ha hecho muy poco de lo que se esperaba de él”. Y otra sobre los republicanos: “Son basura o peor que eso: torturadores”. De esas dos frases –ya que las elecciones están cercanas– quiere sacar una conclusión: “No es lo mismo alguien que te decepciona que un enemigo mortal”.

Hubo siempre en la Argentina una izquierda que desconoció está verdad. La Proclama que el ERP lanza ante la llegada de Cámpora al poder es reveladora: como Cámpora no hará la Reforma Agraria, no expropiará a las empresas monopólicas ni disolverá el poder de las Fuerzas Armadas, Cámpora es tan burgués como Lanusse. Al ERP no le importaban las coyunturas políticas. No había política, no podía haberla. El enemigo era todo aquello que no era el ERP. Todo lo que no era el ERP era el poder burgués. ¿Para qué prestar atención a las coyunturas políticas si todas eran expresión de las negociaciones de la burguesía en su lucha por la mayor tajada de la torta capitalista? Así, el ERP ataca la guarnición militar de Azul pocos días antes de la reunión de los diputados peronistas con Perón, entregándole a Perón todos los motivos para demonizar a los jóvenes al acusarlos de ese hecho y, prácticamente ante las cámaras de televisión, condenarlos a muerte. El 24 de marzo de 1976, con las masas en reflujo, los profesionales y los intelectuales en desbande, aterrorizados todos ante la magnitud asesina de lo que se cernía sobre el país, Roberto Santucho lanza la primera proclama de enfrentamiento al régimen: “¡Argentinos, a las armas!”. Desconocía por completo la realidad del país. A eso lo había llevado el desdén por los matices en la política. Todo era el Poder. Todo era un enorme bloque reaccionario y represivo al que se le daba ese nombre: “el Poder”. O “el Estado burgués”.

Ahora ha sido asesinado el joven Mariano Ferreyra. Lo mataron las patotas de la Unión Ferroviaria. Durante días y días los medios masivos de comunicación (que dan forma a la conciencia de los receptores de sus mensajes) se habían indignado por el corte de las vías del Ferrocarril Roca. Respondían a sus verdaderos intereses patronales. Siempre están del lado de los patrones. Ergo, los obreros no pueden andar por ahí cortando vías, cortando calles o avenidas. Hay que terminar con ese piqueterismo pendenciero que este Gobierno ha tolerado hasta extremos inauditos. Debe imperar la ley. La ley no la imponen los piquetes. No la imponen los militantes huelguistas. La imponen los aparatos burocráticos por medio de los cuales se lleva a cabo la violencia legal del Estado. El Estado monopoliza la violencia. Todo aquel que la ejerce por su cuenta debe ser repudiado, encarcelado. Sobre todo si se trata de esos malditos “zurdos” de siempre.

Aquí, la patota sindical se siente autorizada. Porque ella se sabe parte del Estado, del poder sindical, una herramienta suya que se aplica en circunstancias violentas. “Si los zurdos joden, aquí estamos nosotros”. En 1975, en Villa Constitución, una ejemplar huelga obrera de cariz socialista (que rechazó indignada un operativo miliciano montonero que quiso meterse en esa historia que no le pertenecía y los rajaron a los palos y a las puteadas) fue bestialmente reprimida por la acción conjunta de la Triple A y las huestes de Lorenzo Miguel. Se sentían parte del poder, lo eran. Pero esta patota, la que asesinó a Mariano Ferreyra, no es parte del poder, ni mucho menos del Estado. Ha sido, en principio, enardecida por los medios que hoy se rasgan las vestiduras por la muerte del joven militante del PO. Luego pertenece a un sector de los ferroviarios. De esos sectores que deben ser urgentemente depurados. Pero, ¿alguien cree que esa depuración es fácil? ¿Alguien cree que la van a realizar los que hoy le tiran el cadáver al Gobierno, como Eduardo Duhalde, por ejemplo? Duhalde es la antidepuración del Aparato. Porque es el Aparato. De Narváez es el Aparato. Y los demás son oportunistas.

El joven Mariano Ferreyra, si militaba en el PO lo hacía porque tenía la certeza de que todo es el Poder. Que no hay matices. Que no hay con quién dialogar. Que este Gobierno, que se propuso desde su inicio no reprimir, que fue brutalmente criticado por toda la clase media, por el alguna vez célebre Ingeniero Blumberg y sus velitas, al que se le pidió una y otra vez gatillo fácil, pena de muerte (recuérdese a casi toda la farándula clamando por la pena de muerte), no es lo mismo que el que lo sucederá si es derrotado. Supongamos, compañeros del PO (aunque ustedes no me quieran como compañero, pero no me importa: para mí ustedes tienen ideas e ideales, son jóvenes, pelean contra lo que creen injusto, y están –es mi opinión– equivocados porque no han aprendido a ver los matices, las diferenciaciones fundamentales entre las políticas burguesas que llevan en sí la muerte y las que no, no entienden que hoy, aun si ustedes llegaran al poder, no podrían hacer otra cosa que “capitalismo”, “políticas burguesas” o saldrían brutalmente expulsados en dos días a lo sumo), supongamos, decía, que este Gobierno (al que ustedes engloban bajo el omnicomprensivo concepto de “el Poder” con todo lo demás que existe) fuera derrotado en las próximas elecciones. Permítanme decirles algo: lo que va a venir no va a ser lo mismo. Salvo que Uds. todavía crean –como creía el Che en su Mensaje a la Tricontinental– que hay que hacer la guerra total porque, de este modo, acudiendo a la teoría de la hecatombe, la acción del enemigo “se hará más bestial todavía, pero se notarán los signos del decaimiento que asoma”. No, dudo que crean en eso. Pero sí incurren en la interpretación totalizadora del campo enemigo: todos son lo mismo. Y no es así. Sin duda, hay cosas de este Gobierno que –como a muchos de nosotros que no vamos a permitir que lo “erosionen”, frase de un dirigente rural– no les gustan o los han decepcionado. Recuerden ese consejo de oro: no es lo mismo alguien que te decepciona que un enemigo mortal. Por decirlo claro, lo que sigue a esto es un enemigo mortal. Lo que tenemos es un gobierno que posiblemente nos haya decepcionado y nos decepcione, pero ante el cual se pueden plantear libremente las causas de esas decepciones. El que diga que a Mariano Ferreyra lo mató el Gobierno es un torpe. Es un politólogo de cuarta categoría y un dirigente falaz. Pero está enunciando una de las tantas “verdades” que se han arrojado al ruedo ante la muerte de Mariano. Presenciamos la obscena utilización política del cadáver de un joven de 23 años. No nos sorprendemos. Este cadáver era esperado. Demasiado se jactaba el Gobierno de no haber reprimido. De no tener muertos en su gestión. Se acabó. Ahora lo tiene: es Mariano Ferreyra. Nadie pensará en él. Todos buscarán utilizarlo. Algunos ganarán posiciones en la política nacional. Otros no. Pero el que no ganará nada, el que perdió para siempre es Mariano. Porque él está muerto. Porque lo mató una patota impune a la que habrá que castigar de inmediato. Estas cosas no pueden repetirse. Cuando alguien muere, morimos todos. Cuando alguien muere, todas las vidas están en peligro. Cuando alguien muere es porque se ha devaluado el valor de la vida. La muerte empieza a adueñarse de la escena. Y el resto –desdichadamente– lo conocemos bien.

viernes, 15 de octubre de 2010

No lo quiero ni pensar...

Una pesadilla: el gabinete del Sr. Cobos
Por Mempo Giardinelli


De regreso de Frankfurt, en el vuelo, una pesadilla me dejó un horrible sabor de boca. Y si ahora debo compartirla con los lectores es porque ayer mismo la realidad me hizo pensar que podía suceder. Imagínense: ¿Qué sería de este país si por azares del destino el Sr. Julio Cleto Cobos deviniera presidente de la República?

No tiene sentido conjeturar razones para semejante advenimiento, siendo que toda especulación sería ofensiva e inoportuna. Porque tenemos una Presidenta en ejercicio, que conduce esta nación con todos los atributos de la Constitución y la democracia. Y gusten más o gusten menos su estilo y sus decisiones, su figura es incuestionable.

Sin embargo, en mi sueño, y no sé por qué extraña razón (esos enigmas son “naturales” en el mundo onírico), de pronto asumía la primera magistratura el Sr. Cobos, ruidosamente celebrado por no pocos cretinos, resentidos o confundidos, y por muchas almas inocentes pero con poco cerebro, de esas que en la Argentina siempre se quejan a destiempo, no saben de qué se quejan o se encolumnan detrás de oportunos quejosos profesionales.

Tras mucho dudar acerca de la conveniencia de escribir o no este texto de ciencia ficción política, aquí les cuento el escenario que vislumbré a diez mil metros de altura.

El actual vicepresidente asumía el cargo aplaudido por la horda de odiadores que pulula hoy en los medios hegemónicos. Sólo unos pocos desubicados recordábamos, inútilmente, que el hombre llegaba como producto del más grave error político del Sr. Néstor Kirchner, pero eso ya no tenía importancia. Lo que sí la tenía era que en el sueño el Sr. Cobos se rodeaba de los más competentes, lúcidos, éticos y patrióticos políticos de este país.

Su ministro del Interior era el señor Eduardo Duhalde y en Economía hacían cola para ser designados los señores López Murphy, Broda, Redrado e incluso el siempre disponible Sr. Domingo Cavallo. Todos ellos decididos a cancelar rápidamente y por decreto el 82 por ciento móvil. También, y con la misma velocidad, se restablecían las AFJP, se anulaban completa y absolutamente la ley de medios y la de Matrimonio Igualitario, y por supuesto se eliminaban todas las retenciones agropecuarias.

El crecimiento económico autónomo que la Argentina viene teniendo era detenido abruptamente gracias al asesoramiento del FMI, benemérita institución que nuevamente se constituía en monitora de nuestro destino. Concomitantemente se amputaba la inversión educativa, se reducían los salarios en un 13 por ciento y los maestros volvían a cobrar 300 pesos mensuales.

Obviamente se iba al demonio la política de Defensa que ha democratizado a las Fuerzas Armadas, y eso por decisión del nuevo ministro, no recuerdo si el inagotable Sr. Jaunarena o Rosendo Fraga. Lo seguro es que se terminaban las políticas de derechos humanos, y las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo comenzaban a ser vituperadas nuevamente, algunas perseguidas o encarceladas. La ex ESMA era puesta en manos de la señora Cecilia Pando y sus amigos, que preparaban la “restauración a sus mandos naturales”. Y como el Ministerio de Justicia quedaba a cargo de un jurista radical, se disponía la rápida suspensión de todos los juicios por la Verdad, y se amnistiaba a los dictadores Videla, Bussi y Menéndez por razones humanitarias.

La Memoria pasaba a ser una mala palabra, porque todos estaban “hartos” de ella, siguiendo los nuevos postulados del señor Lanata y otros ilustres comunicadores.

El gabinete del Sr. Cobos se completaba con gente inmediatamente aprobada por los diarios La Nación y Clarín, y ocupaban sus puestos la Sra. Beatriz Sarlo en la Secretaría de Cultura de la Nación y Abel Posse en Educación o en Relaciones Exteriores (eso faltaba definirlo porque también eran candidatas a esos puestos las señoras Elisa Carrió y Patricia Bullrich). El voto definidor lo iba a tener el cardenal Bergoglio.

El Ministerio de Agricultura era disputado por los señores Biolcatti, Llambías, Buzzi y el refinado dirigente entrerriano señor De Angelis. En otros puestos Cobos designaba a gente de ética acrisolada como los señores Duhalde, Macri y De Narváez, todos asesorados por el Sr. Luis Barrionuevo. Y el Canal 7 acababa su prédica disolvente con el arribo de Nelson Castro a la dirección, secundado en el directorio por inobjetales demócratas como Mariano Grondona, Mirtha Legrand, Susana Giménez, Eduardo Van der Koy y Joaquín Morales Solá.

Claro que de inmediato en alguna plaza se manifestaban los señores D’Elía, Pérsico y Hebe de Bonafini, pero los piquetes que organizaban eran brutalmente reprimidos, mientras dirigentes sociales como Pino Solanas o Víctor de Gennaro balbuceaban tardías autocríticas. En cuanto a la izquierda y el troskismo, inexorablemente se subdividían en ortodoxos y traidores.

¿Exagero? Ojalá. ¿Que este texto es apocaliptico? Sí, pero tanto como la realidad argentina sabe y puede serlo.

Desperté horrorizado. No soy amigo de la Presidenta, pero si la veo le voy a rogar que viaje menos. Que se cuide más. Que vele por su salud. Y que prevea formas de preservación del rumbo que hoy tiene la Argentina. Porque sin dejar de reconocer las muchas desprolijidades y acciones reprochables de su gobierno –que tanto me fastidia a veces y al que a muchos como yo nos resulta tan difícil defender– hay un rumbo diferente en estos años, una esperanza que esta maldita pesadilla vino a empañar. Porque si acaso la República pasara a ser gobernada por un muerto político como el vicepresidente, de flaca dignidad y viscosa ideología, a mí me corre un frío por la espalda de sólo imaginarlo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Et tu, Brute? Brutus, Freddo y algo más...

Conocida es la frase "Et tu, Brute" (¡Tu también, Bruto!), o "Tu quoque, Brute, fili mi" (Tu también, Bruto, hijo mío!) pronunciada, como nos cuentan, por Julio César en los umbrales de su muerte, tras comprobar que uno de los asesinos era su propio hijo. No discutiremos aquí si dicha filiación fue verdadera o no: lo que me interesa, en este caso, es el contexto en que se usa dicha frase, i.e., para expresar la traición por parte de un ser querido, más específicamente, un pariente.
Dicha traición también se observa en una de las mejores trilogías que el cine y Coppola nos han dado: El padrino. Tampoco discutiremos aquí si la parte I o la II es la mejor, sino que nos focalizaremos nuevamente en la traición por parte de un pariente, Freddo Corleone. Pobre Michael, cuando, con el corazón destrozado, lo besa y le dice: I know it was you, Freddo; you broke my heart!. (Sé que fuiste vos, Freddo, me rompiste el corazón!).

Ambos hechos me llevaron a reflexionar recientemente sobre la importancia que le otorgan los medios de comunicación a los parientes de los personajes públicos y políticos. Mucho menos me interesa hablar de la prima o la hermana de tal o cual modelo, actriz o cantante, eso se lo dejo a la revista Caras.

Sí me interesa, sobremanera, ahondar en la supuesta Verdad que estos sujetos, sólo por ser parientes de, poseen. Y así vemos que el hermano de Correa lo acusa de provocar la crisis (o que él se lo buscó, en criollo); que Isidoro Graiver (el hermano de David) descalifica la versión de Lidia Papaleo (y "tiene razón, es el hermano", es la conclusión que supuestamente debemos deducir); y así podríamos seguir ad infinitum.

Volvamos a Freddo. Los enemigos de Michael lo buscaron, obviamente, por dos razones: a) Es el hermano (factor proximidad, podríamos llamarle); b) es tonto (factor estupidez). Ambas combinaciones suelen ser letales para el personaje público/político en cuestión.

Ahora bien, si desglosamos la estrategia "Freddo", vemos que ambos factores se analizan de modo distinto en los medios, según cuál predomine en el pariente:

El factor proximidad está directamente ligado a la Verdad: muchos medios bucean en la vida privada de los políticos, buscando parientes (preferentemente cercanos), para enunciar la Verdad.
Me pregunto: ¿La filiación o el parentezco dan autoridad para hablar? ¿Otorgan la Verdad? No se releva, en esos casos, el conocimiento poseído, la carrera, la autoridad en la materia, sino sólo el parentezco. Algo así como el nepotismo mediático. ¿Cuál es la lectura que un ciudadano debe hacer? Probablemente concluir que "si hasta el hermano mismo no lo quiere...debe haber hecho algo malo...", típica pseudológica utilizada por ciertos grupos etarios (y etéreos). O "a confesión de (una) parte (!), relevo de pruebas".

Ahora bien, si se le añade al factor proximidad el factor estupidez (o, si lo extendemos un poco más, el factor corrupción), se observa que este último se encuentra ligado a la transitividad: si el pariente lo hace, él también. Algo así como "la fruta podrida no cae lejos del árbol", aunque no necesariamente sean padres e hijos. Y ahí tenemos los casos al estilo de los robos, corrupciones, o cualquier otro delito que se nos ocurra.

Sorprendente es, todavía, que se quiera buscar la verdad en un pariente. Más orprendente es que alguien crea que se busca la verdad en un pariente. Se lo busca porque es pariente, nada más, como otras tantas de las falacias retóricas que se utilizan para tener razón. Ahora, además del ad personam o el ad hominem, tenemos el ad parientem. Por dios.

sábado, 2 de octubre de 2010

Que no nos quiten la alegría...

Participación
Por Sandra Russo


En medio de la estupefacción por el golpe finalmente abortado en Ecuador, cuando el desenlace era todavía incierto y lo vi asomarse a Correa por ese balcón del hospital, aflojándose nerviosamente el nudo de la corbata y gritando desencajado “¡Aquí tienen al presidente! ¡Mátenmme!”, se me cruzó por la cabeza un helicóptero.

La asociación vino porque al principio la situación era ésta: amotinamiento y sedición policial, e inmediatos saqueos a bancos y comercios, para reforzar la justificación de nuevas autoridades. El restablecimiento del orden es la justificación por excelencia de cualquier golpe de Estado. En 2001 vimos un helicóptero abandonar la Rosada, mientras recién se empezaban a contar los muertos civiles sobre los que cargó la policía.

Las circunstancias han cambiado mucho. Tanto como el trecho político y moral que se puede trazar entre figuras como Rafael Correa y Fernando de la Rúa, y la forma de hacer política que los dos representan.

En Ecuador hubo una hilacha de los ’70, con una fuerza de seguridad desacatando la Constitución, ejerciendo violencia física contra el presidente, y una hilacha de estos nuevos golpes blancos, que ya no engañan a nadie: la oposición ecuatoriana que salió a “defender la democracia” instando a Correa a pactar el veto de la ley del escándalo para finalizar su secuestro es claramente golpista. Todos los que excusándose en el presunto y siempre cacareado “populismo autoritario” de Correa usaron esas horas terribles para “comprender” la actitud policial y sugerir promesas de amnistía o llamado a elecciones son golpistas. Los medios de comunicación privados que se replegaron para desinformar sobre la situación del presidente y volcaron sus coberturas a los saqueos son golpistas.

En la resistencia de Correa, en su decisión de amparar su gobierno con su vida, uno puede leer tantas cosas... Esta región es fuerte, está acechada pero es fuerte. Y tiene hoy más que nunca razón Correa cuando se aferra a la alegría como eje de una enorme voluntad colectiva de cambio. Hemos presenciado cómo se movilizaron, cómo pusieron alma y cuerpos esos sectores que defienden el modelo ecuatoriano, de la misma manera que lo hicieron y lo siguen haciendo los que repelieron el golpe en Honduras.

Las derechas y las izquierdas ya elaboran teorías sobre la “capitalización” por parte de Correa de la agresión vivida. Siguen girando en falso, sin tomar al toro por los cuernos, los que en lugar de debatir política se dedican a rellenar los casilleros del formulario que les han bajado: tenemos gobiernos que no respetan la institucionalidad y en consecuencia hay que voltearlos. La paradoja del golpista moderno. Una ideíta casi de marketing que los grandes medios regionales se ocupan de reforzar junto a las dirigencias tradicionales.

Pero lo bananero caducó. Es otra estirpe de presidentes la que nos toca. Pocas cosas me impresionaron más en la madrugada del sábado que escuchar a Alan García, que había resuelto con el colombiano Juan Manuel Santos cortar relaciones comerciales con Ecuador hasta que el poder no le fuera restituido a Correa.

“Aahhh, las cosas que inventan de Lula...”, dijo Lula da Silva en una conferencia de prensa. Me llamó la atención el tono, el “aahhh” como una queja, un lamento. Un tono visceral. Protestaba contra los grandes medios de Brasil. Esta semana también, en este diario, Eric Nepomuceno daba una semblanza sobre el comportamiento brutal que han tenido los grandes medios brasileños, difundiendo toda clase de denuncias sin chequear nada, mintiendo.

Las mentiras de los grandes medios están convirtiéndose en el principal ariete de las derechas para limar gobiernos democráticos. En Ecuador, los medios privados, ante el arribo de una nueva ley de medios, conspiran con los golpistas. Colaboraron para desinformar a las fuerzas policiales. Colaboraron abandonando las coberturas. Colaboraron por acción y omisión.

La “libertad de expresión” que reclaman los grandes medios y por la que tienen representantes legislativos, ¿incluye la alteración de hechos, la tergiversación de declaraciones textuales, la deformación ex profeso de los acontecimientos? Seguimos condenados a esa indefensión, porque la desinformación ostensible y maliciosa es indefensión.

En el patio trasero la rienda estuvo siempre tirante. Los excesos de los ’70 fueron sucedidos por la complacencia de los ’90. Hace medio siglo que en la región no surgían gobiernos fuertes y populares. No es nada casual que la mención de un gobierno fuerte y popular lleve inmediatamente a la idea de populismo autoritario. Como si hubiera que renunciar de antemano a la idea de un gobierno fuerte y popular, porque de eso no se puede esperar más que ese cliché. Uno se pregunta entonces cómo puede hacer un gobierno para ser popular, si no es fuerte.

Este es el punto en el que se cruzan todos los vientos. Es el prejuicio que se levanta como bandera solapada. Es aquello que se quiere disolver bañándolo en un sentido negativo. Y es, por otra parte, ya no un motivo, sino una causa por la que estas democracias buscan, con todo su derecho, ser participativas.