jueves, 21 de julio de 2011

Militar la vida

Militar por una Patria libre, justa y soberana

Ser leal es ser leal con esos valores de justicia social, independencia económica y soberanía política que, al fin y al cabo, son los únicos que pueden darle a nuestro pueblo un futuro promisorio.

Eduardo Bustos Villar (#)
Existe una relación entre lealtad, militancia y gestión que en ocasiones es tergiversada por razones de conveniencia política, pero que debemos explorar para comprender cuál es su verdadero alcance, tal como la vemos aquellos que pregonamos la justicia social como horizonte de vida. Al respecto, el General Perón nos dejó una famosa consigna que se ha repetido hasta el hartazgo, pero que muy pocas veces es comprendida cabalmente. Él decía que la lealtad debía ser “primero con la patria, después con el movimiento y finalmente con los hombres”. Esta frase contiene en su simpleza una compleja relación que en nuestros días cobra una importancia superlativa ya que está en la base de nuestro proyecto nacional. El militante, el dirigente, el funcionario, e incluso todo nuestro movimiento político, debe ser leal a la gran idea rectora de todo lo que hacemos diariamente: construir la Patria. Una patria más justa, igualitaria y que le brinde a todos los ciudadanos la posibilidad de vivir dignamente y ser más libres.
En este sentido, lealtad no es obediencia ciega y torpe a una persona o a un movimiento. Lealtad es sostener con el cuerpo un compromiso inquebrantable con una idea superior que debe guiarnos diariamente. Ser leal es ser leal con esos valores de justicia social, independencia económica y soberanía política que, al fin y al cabo, son los únicos que pueden darle a nuestro pueblo un futuro promisorio. De este modo, el movimiento, sus dirigentes y sus militantes deben ponerse constantemente en función de ese interés común si quieren ser parte de la construcción de este colectivo del que todos somos responsables. Para hacerlo, también deben ser leales entre sí, con el movimiento y con sus dirigentes. Porque, ¿qué sería de nuestro país si aquellos que supuestamente defienden estos valores colectivos se traicionan entre sí? Acabaríamos cayendo en esa incoherencia inaceptable que terminó por resquebrajar a nuestra patria durante la década de los noventa. Terminaríamos siendo víctimas del individualismo y el egoísmo que tanto hemos criticado y tanto nos ha malherido como pueblo. Lealtad es, en definitiva, un sinónimo de coherencia, como nos enseñó Néstor Kirchner cuando al asumir su mandato nos dijo que no iba a dejar sus “ideales en la puerta de la casa rosada”.
Este es exactamente el punto donde la lealtad se liga con la gestión. La lealtad irreductible es con nuestros ideales, y estos no deben quedar nunca rezagados al asumir la función pública, sino más bien, se deben profundizar durante la gestión. Esto es lo que hizo nuestra presidenta Cristina Fernández y es también lo que debemos hacer todos los que ocupamos un cargo en el gobierno, cualquiera sea la posición que nos toque. Debemos militar en la gestión para que nuestras ideas puedan transformar la realidad. Es por ello que militar, no tiene que ver con los partidos o las doctrinas. Militar no es solamente levantar una bandera o cantar una marcha. Y más que nada, militar nunca es un acto de conveniencia. Militar es un compromiso profundo con las necesidades de las personas, de nuestros compatriotas. Todos esos años de menosprecio de la actividad política no fueron sino el síntoma de una época en la cual las conveniencias individuales eran vistas como valores positivos. Un tiempo en el que quisieron hacernos creer que la militancia era algo espurio. Es justamente frente a esto que debemos recordar que la política no es otra cosa que la búsqueda del bien común. Y que cuando se señala con el dedo o se menosprecia la idea de la militancia, no se hace otra cosa que desmerecer a aquellos que pelean por los intereses colectivos, la solidaridad y el compromiso por los otros.
En nuestro caso, para los que trabajamos por la salud, militantes son el grupo de psicólogos y asistentes sociales que salen de sus cómodas oficinas en el Ministerio de Salud para asistir a los pobladores de Villa La Angostura que enfrentan una catástrofe natural. Militantes son los médicos que en lugar de meterse a trabajar solamente para una prepaga en algún sanatorio privado de la Ciudad de Buenos Aires, se suben a los camiones del Programa de Abordaje Sanitario Territorial y llevan salud a las poblaciones más postergadas del país. Militantes son los pediatras, los ginecólogos, los odontólogos, los técnicos ópticos, los laboratoristas y los operadores socio-sanitarios que recorren nuestro país para devolver un poco de dignidad a nuestros compatriotas. El fruto de esa lealtad, de esa militancia, es haber disminuido en un 27% la mortalidad infantil, del 16,5 por mil de 2003 a 12,1 en 2009; es haber incrementado la tasa de transplantes reales en un 95%; disminuido en un 40% la incidencia del VIH; es haber incorporado diez vacunas nuevas al calendario obligatorio de vacunación que ya cuenta con 16 en total; es que haya aumentado la esperanza de vida a los 75 años.
Eso es militancia para nosotros: militar la vida.

(#) Viceministro de Salud de la Nación.

domingo, 17 de julio de 2011

Carta abierta a Fito Páez

Carta abierta a Fito Páez
Norberto Galazzo (#)
 
Estimado Fito: Comprendo tu reacción, tu bronca, tu explosión en caliente, propia de un artista. Pero así como la comprendo, no la comparto. No me da ese asco ese 47 por ciento de votos macristas. Me da pena.
En todas las grandes ciudades de América Latina y de cualquier otro país dependiente, las minorías privilegiadas utilizan todo su poder para dominar a los sectores medios, para ponerlos de su lado, para infundirle falsedades. Arturo Jauretche lo llamaba la “colonización pedagógica”. Igual que a vos, le provocaba grandes broncas, pero distinguió entre los promotores de la mentira y los engañados. Quizás los primeros le dieron asco igual que a vos, los otros le daban pena y trataba de desazonzarlos.
El fenómeno es semejante en Buenos Aires, como en Lima o Guayaquil y otras grandes ciudades. Hay que disputar la influencia sobre los sectores medios y destruir los mitos con los que quieren dominarlos.
Desde los letreros de las calles y los nombres de los negocios (basta darse una vuelta por la avenida Santa Fe), desde los cartelitos de las plazas y las estatuas de los supuestos próceres, desde las grandes editoriales y los “libros de moda”, convertidos en best sellers por los comentarios pagos, desde la prédica liberal en Economía y la prédica mitrista en Historia, desde las geografías exóticas y los literatos que cultivan la evasión y lo fantástico, desde la TV farandulizada y superficial, con mesas redondas de bajísimo nivel político alentadas por los dueños del privilegio, desde gran parte de los periodistas vendidos al mejor postor, y académicos y catedráticos tramposos, todo ese mundo domina el cerebro de amplios sectores medios que se suponen cultos, se suponen radicalmente superiores a los “oscuramente pigmentados”, se suponen ejemplo de moral (aunque evaden impuestos, se roban ceniceros de los bares y toallas de los hoteles). Sobre ellos recae también la literatura que Franz Fannon llamaba de “los maestros desorientadores”.
Vos los conocés, los Marcos Aguinis, los Asís, los Kovaddloff, y las peroratas con latines de aquel viejo comando civil que se llama Mariano Grondona y tantos otros.
Pobre gente, Fito. Con todo eso que le tiran encima a la clase media, una buena parte de ella termina votando a Macri. Están presos de un engaño enorme: creen que Macri gestiona (cosa que hace mal o simplemente no hace) y que Macri no tiene ideología (la tiene y bien de derecha). Por otra parte, fue el responsable del contrabando de autos cuando dirigía empresas de su padre, además de las escuchas telefónicas, eliminación de becas y subsidios escolares, negociados con empresas constructoras (única explicación de las bicisendas), lo mismo que su molestia porque los hospitales de la ciudad atiendan a gente “morocha” del conurbano bonaerense.
Se trata además, de que cierta parte de la clase media vive su pequeña vida: asegurarse las vacaciones para el verano, lavar el auto los domingos con más ternura que la que le dedica a la esposa, han mejorado su nivel de vida con los Kirchner y no quieren olas, que nada cambie y creen que algo habrá hecho Macri para esa mejoría que tuvieron. No les importa que el hospital público no funcione, porque tienen medicina prepaga y han sido formados en el individualismo. No les importa que en el Borda se mueran de frío, porque tienen estufas de tiro balanceado, no les importa que en las escuelas públicas falten materiales, porque sus hijos van a escuelas privadas donde, como «el cliente siempre tiene razón», aprueban.
Además, creen en el dios Mercado -no obstante que el mercado libre del menemismo a muchos los dejó deteriorados o fundidos- pero no comprenden a los sindicalistas y les eriza la piel cuando lo ven a Moyano. Y bueno, son así, Fito. ¿Qué le vas a hacer? Lo que no justifica su asco sino en un momento de bronca.
En la vida es necesario a veces tener asco y tener odio también. Eso me lo enseñó el confesor de Eva Perón, el sacerdote Hernán Benítez. Me decía: «Mire m`hijo. Hay que odiar. Hay que odiar a todos los que frustraron el país, lo entregaron, provocaron miseria y represión. Yo, todas las mañanas, me doy un baño, me tomo una taza de café caliente y después me siento en mi sillón y odio»... Yo me asombraba y le decía: «Pero, Padre, usted es un cristiano...» Y él seguía: «Sí, odio, (no asco, Fito). Odio a la oligarquía (ya lo dijo también ese talento que es Leonardo Favio en una canción), odio a Bernardo Neustadt, odio al almirante Rojas...
«Sabe después qué bien me siento para el resto del día.» Así hablaba un cristiano de la Teología de la Liberación.
Por eso no hay que confundir al enemigo, Fito. Si hay que tener asco, tengámoslos a los responsables del aparato mediático y cultural, los que tergiversaron la Historia y la economía, los que robaron la capacidad de razonar a muchos compatriotas, no a estos.
A estos hay que convencerlos. Con la modestia que usaba Jauretche: Usted tiene que avivarse (vea 6,7,8, escuche a Víctor Hugo). Se lo aconsejo yo -decía-, que no me creo un vivo, sino apenas “un gil avivado”.
Hay que ganarlos, Fito. No ratificarles que pertenecen al bando del privilegio donde está la Sociedad Rural (¿cuándo vieron una vaca esos que votaron a Macri? ¿Qué saben de la renta agraria diferencial?), y decirles cómo operan las grandes multinacionales y ciertas embajadas y las corporaciones mediáticas.
Los necesitamos, Fito. Comprendo tu bronca, la de un artista; comprendeme a mí, desde la historia y la política.
Te mando un fuerte abrazo. Y te digo: en octubre, ganamos lejos.

(#) Corriente Política Enrique Santos Discépolo

jueves, 14 de julio de 2011

Como si fuera hoy...Mordisquito, no debés volver....



¿Vos te creés que yo tenía la menor sospecha de que iba a reanudar estas audiciones? ¡No! Si te lo dije todo. Treinta y siete noches te hablé, treinta y siete noches en que te lo dije todo y vos no entendiste nada. Mejor dicho, no es que no me entendiste. No quisiste entender, que eso es peor. Pero te hablé treinta y siete noches y creo que ésa fue la embarrada. Yo debía haberte hablado treinta y siete días, siempre de día. La almohada, es un elemento muy valioso en la vida de la gente, pero la almohada sola, entendés, sin la noche. La almohada y la noche juntas son un peligro tremendo para la gente que como vos acuña desesperanzada la idea de una rehabilitación que no puede llegarle, que no debe llegarle porque sería la desgracia de todos. ¿Entendés? Porque la noche es terrible. Porque a muchos como vos les da una idea deforme de la realidad y porque el insomnio tiene la virtud de transformar en razonables las cosas más injustas. Lo tuyo, por ejemplo. ¡Que querés volver! Lo tuyo, que es monstruoso porque es historia y está escrito en la memoria, en los papeles, en las cárceles, en los muertos y en los vivos que están muertos. Sos el pasado, el pasado más cruel que haya vivido nación alguna. Porque ningún país nació a la vida con tantas posibilidades para ser dichoso como este tuyo y ninguno padeció tanta injusticia y tanta barbaridad como este tuyo y por tu culpa. Sos el pasado que quiere volver por amor propio, sólo por amor propio. Idea mezquina la tuya en esta hora de las grandes decisiones, tan mezquina la idea que de tanto andarte a pie por la cabeza ella misma se te ha detenido avergonzada en las sienes y te late como si tuvieras un kilo en cada una. ¿Y sabés por qué? Porque tu idea y yo sabemos que no debés volver. Y vos también, en el fondo de tu alma, aunque lo escondas, sabés también que no debés volver. Por decoro. Por recuerdo. Por historia. Sos la imagen del retroceso, de la injusticia, del hambre, del entreguismo. Y el pueblo lo sabe, como lo sabés vos. El pueblo lo sabe, porque lo padeció, que venís de viejos partidos que nunca hicieron nada en beneficio del pueblo que es la patria y que si alguno de los tuyos, alguna vez, intentó portarse bien, se cansó en seguida. Fue solamente algún abuelo que se murió hace mucho. El pueblo sabe que vos sos nieto, que todos ustedes son nietos, que ninguno de ustedes hizo nada más que ser nieto, nieto de la plata, nieto de las ideas. Que desde la muerte de ellos, hasta la llegada de este gobierno, hubo un vacío de dignidad y esfuerzo que vos pudiste llenar y como un criminal no cumpliste ninguna de las veces que se te dio el gobierno. Porque vos no sos una esperanza, ni una incógnita. ¡Vos gobernaste! ¡No una vez, sino varias veces… y mal! ¡Gobernaste mal! Infamemente. Y el pueblo sabe eso, como sabe todo. Reconocé entonces que es mal negocio para un pueblo tu vuelta al poder si para respetarte un poco ese pueblo tiene que pensar en tu abuelo. Mal negocio para un pueblo como éste que está frente a un gobierno de asombro que le ha dado lo que ni Diosni la madre le dieron en mil años. De un gobierno que ha puesto en marcha a la patria hacia un destino que nadie, nada más que él solo, puede conducir por una razón sencilla: porque este gobierno, en vez de seguir lo clásico que era tan cómodo, se metió en el tembladeral de las revisiones alcanzando a cada uno la proporción de dicha que le corresponde, revolución gloriosa que se alcanzó con el esfuerzo de unos cuantos para felicidad de todos, tan afortunada como revolución que vos, para darle alguna posibilidad a tu propaganda, tenés que ofrecer en tus discursos migajas de esa doctrina triunfante. No creas que no te oí; bien claro que lo dijiste en una proclamación: «Y podemos asegurar a los obreros que si llegamos al poder las conquistas obtenidas no se perderán». ¿Obtenidas por quién? Por este gobierno. ¿Y si las obtuvo este gobierno, por qué te van a votar a vos? Has perdido hasta la sensación del ridículo. Mirá: este gobierno es tan perfecto que, por lograrlo todo, hasta nació de un carozo: no arrastra taras, no arrastra pasado, sólo tiene un presente indiscutible y un porvenir que da envidia. Sí, Mordisquito. Vos sabés que no debés volver. Como sabés también que en el cuarto oscuro tus candidatos y vos lo van a votar a este gobierno. Sí, calláte. Yo sé lo que te digo. Si esto no fuera tan serio, si se pudiera hacer la broma, me gustaría que los peronistas todos te votáramos para verte disparar al extranjero horrorizado del triunfo, espantado de no saber qué hacer con un país cuyo destino no entendiste nunca y cuyo bienestar te repugna. Hasta mañana, Mordisquito. Vengo por pocos días porque me has hecho volver, pero es la hora de las definiciones y yo tengo la obligación de decirte por qué no te prefiero ni yo, ni este pueblo. Tengo cincuenta años y una memoria de fierro. Y en esas condiciones, ¡no me la vas a contar, Mordisquito!

miércoles, 13 de julio de 2011

Discepolín!

Un malestar, una enfermedad resultan de pronto un balance de cariño, un inventario de ternura cuya medida uno creía capaz de sospechar y que, de pronto, lo sorprende desbordando, colmando la aspiración más vanidosa. A tal punto que sin la oportunidad de este micrófono me hubiera sido imposible expresar mi conmovida gratitud a uno por uno de todos los que se han interesado por mí. Lo peor de la enfermedad no es la enfermedad misma. ¡Qué esperanza! Es tener que explicarla. Contársela minuciosamente a uno por uno, a todos los que tienen la cordialidad de venir a visitarte. Vienen las tías que uno no vio desde la enfermedad pasada, y hay que contarles. Si es un resfrío o una gripe, la pregunta de práctica es, inevitablemente: «¿Cómo te la agarraste?» Yo no me la agarré. Es la gripe la que me agarró a mí. Vienen los amigos que ayer estuvieron al lado y te reprochan: «¿Pero cómo fue? Si ayer estabas lo más bien». Sí, ayer sí, pero hoy no. Hoy estoy lo más mal. ¿Acaso no puede ser? ¡Comprenderán que no ha sido por gusto! ¿Cómo me va a gustar a mí, que tengo apenas para defenderme dos docenas de glóbulos rojos, perder la mitad? No. Pero me ofrecieron la posibilidad de discutir desde este micrófono, y yo soy capaz de discutir hasta con un glóbulo solo, porque para tener razones no hace falta más que un glóbulo en las venas, pero lleno de convicciones. ¡Porque a mí no me la van a contar! ¿A mí, que tengo cincuenta años de estatura, cincuenta años de los cuales los primeros cuarenta y cinco me los he pasado acumulando, soportando promesas que nunca se cumplieron? ¿Pero me la quieren discutir? ¡Y bueno! Yo comprendo que físicamente no puedo pelearme con nadie porque no soy ningún suicida, ¡pero discutir!… ¡Claro que vamos a discutir! No es que ser porteño signifique, obligatoriamente, ser descreído o ser escéptico. ¡No! Pero nos tuvieron tan acostumbrados, durante tanto tiempo, a prometernos la chancha, los veinte, el rango, el organito y la pata de goma sin darnos siquiera la mitad de los veinte que, lógicamente, ya no creíamos más nada, y frente a cualquier plataforma contestábamos: «¡Bah, promesas!» ¡Pero eso de seguir negando las cosas por inercia o como postura, no! Sobre todo que lo que ellos nos prometieron ayer sin dárnoslo, se cumple hoy: llega un Gobierno que toma las promesas en serio y las realiza. Pero, mientras se construye, vos seguís negando y amenazando con: «el año que viene me la vas a decir». ¿Y qué te tengo que decir? ¿Que el año que viene vas a estar mejor?… ¿y el otro?… ¿y el que sigue? ¿Que hay conquistas que ya son de hierro y no se pueden perder, que no se van a perder? ¿Eso querés que te diga? Y bueno: vos querés discutir. Yo también. Te espero mañana, porque yo estuve enfermo estos días. Pero eso de que vos vivías antes mejor con 120 pesos que ahora con 1.500, no, no… ¡Ésa, a mí no me la vas a contar! ¡No!