miércoles, 13 de julio de 2011

Discepolín!

Un malestar, una enfermedad resultan de pronto un balance de cariño, un inventario de ternura cuya medida uno creía capaz de sospechar y que, de pronto, lo sorprende desbordando, colmando la aspiración más vanidosa. A tal punto que sin la oportunidad de este micrófono me hubiera sido imposible expresar mi conmovida gratitud a uno por uno de todos los que se han interesado por mí. Lo peor de la enfermedad no es la enfermedad misma. ¡Qué esperanza! Es tener que explicarla. Contársela minuciosamente a uno por uno, a todos los que tienen la cordialidad de venir a visitarte. Vienen las tías que uno no vio desde la enfermedad pasada, y hay que contarles. Si es un resfrío o una gripe, la pregunta de práctica es, inevitablemente: «¿Cómo te la agarraste?» Yo no me la agarré. Es la gripe la que me agarró a mí. Vienen los amigos que ayer estuvieron al lado y te reprochan: «¿Pero cómo fue? Si ayer estabas lo más bien». Sí, ayer sí, pero hoy no. Hoy estoy lo más mal. ¿Acaso no puede ser? ¡Comprenderán que no ha sido por gusto! ¿Cómo me va a gustar a mí, que tengo apenas para defenderme dos docenas de glóbulos rojos, perder la mitad? No. Pero me ofrecieron la posibilidad de discutir desde este micrófono, y yo soy capaz de discutir hasta con un glóbulo solo, porque para tener razones no hace falta más que un glóbulo en las venas, pero lleno de convicciones. ¡Porque a mí no me la van a contar! ¿A mí, que tengo cincuenta años de estatura, cincuenta años de los cuales los primeros cuarenta y cinco me los he pasado acumulando, soportando promesas que nunca se cumplieron? ¿Pero me la quieren discutir? ¡Y bueno! Yo comprendo que físicamente no puedo pelearme con nadie porque no soy ningún suicida, ¡pero discutir!… ¡Claro que vamos a discutir! No es que ser porteño signifique, obligatoriamente, ser descreído o ser escéptico. ¡No! Pero nos tuvieron tan acostumbrados, durante tanto tiempo, a prometernos la chancha, los veinte, el rango, el organito y la pata de goma sin darnos siquiera la mitad de los veinte que, lógicamente, ya no creíamos más nada, y frente a cualquier plataforma contestábamos: «¡Bah, promesas!» ¡Pero eso de seguir negando las cosas por inercia o como postura, no! Sobre todo que lo que ellos nos prometieron ayer sin dárnoslo, se cumple hoy: llega un Gobierno que toma las promesas en serio y las realiza. Pero, mientras se construye, vos seguís negando y amenazando con: «el año que viene me la vas a decir». ¿Y qué te tengo que decir? ¿Que el año que viene vas a estar mejor?… ¿y el otro?… ¿y el que sigue? ¿Que hay conquistas que ya son de hierro y no se pueden perder, que no se van a perder? ¿Eso querés que te diga? Y bueno: vos querés discutir. Yo también. Te espero mañana, porque yo estuve enfermo estos días. Pero eso de que vos vivías antes mejor con 120 pesos que ahora con 1.500, no, no… ¡Ésa, a mí no me la vas a contar! ¡No!


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