martes, 29 de diciembre de 2009

Citas I: LA LENGUA

"Pues si la lengua es una ciencia espontánea, oscura para sí misma y torpe, es a su vez perfeccionada por los conocimientos que no pueden depositarse en sus palabras sin dejar en ellas su huella y como el emplazamiento vacío de su contenido. Las lenguas, saber imperfecto, son la memoria fiel de su perfeccionamiento. Inducen a error, pero registran lo que se ha aprendido. En su desordenado orden hacen surgir ideas falsas, pero las ideas verdaderas depositan en ellas la marca imborrable de un orden que el sólo azar no habría podido disponer. Lo que nos dejan las civilizaciones y los pueblos como monumentos de su pensamiento no son los textos, sino más bien los vocabularios y las sintaxis, los sonidos de sus idiomas más que las palabras pronunciadas, menos sus discursos que lo que los hizo posibles: la discursividad de su lenguaje.

"El idioma de un pueblo nos da su vocabulario, y su vocabuario es una biblia bastante fiel de todos los conocimientos de ese pueblo; sólo por la comparación del vocabulario de una nación en épocas distintas nos formaremos una idea de su progreso. Cada ciencia tiene su nombre, cada noción de la ciencia tiene el suyo, todo lo que se conoce de la naturaleza ha recibido una designación, lo mismo que lo que se ha inventado en las artes, y los fenómenos, las maniobras y los instrumentos". (Diderot).

De allí, la posibilidad de hacer una historia de la libertad y de la esclavitud a partir de los idiomas, o aun una historia de las opiniones, de los prejuicios, de las supersticiones, de las creencias de todos los órdenes, sobre las cuales los escritos dan siempre un testimonio menos bueno que las palabras mismas"

Fragmento de Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Michel Foucault.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Bombau vs. Pericles

No descubro la pólvora, pero noto, cada vez más, la enorme cantidad de figuras retóricas que nos rodean. La retórica se da, obviamente, en la lengua, pero generalmente se la asocia a figuras estilísticas y recursos poéticos, ligados más a la lengua escrita (la literatura, por ejemplo) que a la lengua oral (habla cotidiana). Sin embargo, hasta las figuras más extravagantes abundan en el habla. El oxímoron, por ejemplo. Es una figura retórica que consiste en la combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto. Generalmente, y bien utilizado, genera otro sentido (independiente de las palabras empleadas).

Ejemplifiquemos. Marcelo Bombau, Presidente de TYC Sports, con motivo de la televisación pública del fútbol por parte del Estado (Fútbol para Todos), dijo: “Lo más democrático es que el que quiera ver que pague”. A simple vista nomás es contradictorio: la palabra “democrático” impacta y produce cierto “ruido” en la oración.

Pensando si podía encontrar el sentido generado, como en todo oxímoron, por esta patente contradicción, imaginé que quizás la utilizó con el sentido de algún sinónimo: quizás su intención fue “igualitario”, “equitativo”. Pero no considero que produzca sentido por esta vía.
O quizás tal vez la utilizó otorgándole otro sentido del habitual. La palabra “nimiedad”, por ejemplo, que etimológicamente significa “exceso, demasía”, adquirió ahora el sentido de “insignificancia, pequeñez”, precisamente su antónimo. Quizás Bombau, hombre visionario, percibió el sentido que dicho vocablo sufrirá en los años venideros y, como con “nimiedad”, dijo “δῆμος”, pueblo, queriendo decir “ὀλίγος”, pocos. Algo así como “lo más oligárquico es que el que quiera ver que pague”. Si la utilizó de ese modo, reconozco que –al menos en mí– no generó el sentido tan fácilmente y, por tanto, el recurso estilístico “falló”. Doyme por vencido: a menos que el mismo Bombau explique el sentido de “democrático” en la frase, será, para mí, una contradictio in se.

Pero retornemos a la palabra “democracia”. Históricamente se admite que la democracia por excelencia es la democracia ateniense, la de Pericles, en el s. V a. C., –también llamado “Siglo de Pericles” por la proliferación y el apogeo de las distintas manifestaciones culturales, en especial, de la tragedia griega–. Este brillante gobernante y estratego ateniense, cuando se estableció un precio de ingreso al teatro, instituyó el θεωρικόν, un fondo para pagar la entrada de aquellos ciudadanos que no tenían los óbolos (moneda griega) necesarios para el acceso al espectáculo. “Teatro para Todos”, parece que era la consigna. Eso era democracia. Eso era democrático: “Lo más democrático es el Fútbol para Todos”, para todo el “δῆμος”, para todo el pueblo, sí, para Todos.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Los hijos de Matildita

Parte III: Los hijos de Matilde


Así las cosas, Esperando la carroza no podría ser ya considerada una película de mero género comedia costumbrista o comedia negra, sino como algo más aproximado a la Comedia Antigua o Media, donde la crítica social, directa o indirecta, era el motor de la obra. Sucede que por muchos años, uno no podía terminar de verla si no era con una sonrisa y/o, a lo sumo, con lágrimas de simpatía ante el tierno final. Porque todos esos diálogos en los que Matildita se veía envuelta no podían ser más que ‘cachada’. Pero ahora Matildita es Matilde, existe, es de carne y hueso, y sus palabras ya no forman parte de una historia ficcional, sino de una obra cada vez más actual. Y, por sobre todo, sus palabras ya no son cachada.


Y ahora Matilde también tiene hijos, de la misma edad que ella tenía cuando mamó las enseñanzas clave de su vida. Ahora es ella la que será un modelo a seguir. Y aún más: ahora ellos están expuestos a mucho más de lo que podía verse en la tele cuando ella era chica, que eran puros novelones y ‘Si lo sabe, cante’.


Pero quién sabe. Tal vez, ya que Matilde no ha elegido cambiar el rumbo que le marcaron sus padres, tíos y abuela, aún podamos decir de los hijos de Matilde que no son bisnietos de Mamá Cora, ni sobrinos nietos del tío Jorge ni nietos de la Elvira: tal vez estemos a tiempo de decir que son sobrinos nietos de ésa a la que nunca consideraron de la familia, de Susana. Ésa, la que abrió toda la historia con su nerviosismo e intolerancia, y la cerró con su nobleza y templanza. Ésa, el único personaje de la obra que nos la hace pensar como una buena noticia. Ésa que, finalmente, con una risa incontenible, clavó sus ojos llenos de lágrimas de angustia en la cámara, en Matildita, en los hijos de Matilde, en nosotros (un ‘nosotros’ absolutamente inclusivo), y dijo: “de vos, de todos nosotros me río”.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Los hijos de Matildita

Parte II: Matilde

En efecto, después de 26 años, Matilde ahora tiene 42. También dirá “¡qué país!” ante cualquier cosa que no le gusta, pues sin duda la culpa de todas estas desgracias las tiene ‘el gobierno’. Ocurre que Matilde, como su mamá, no se alegra con el bien del prójimo, sino con la desgracia del enemigo, aun si ello implica la desgracia del prójimo. Su mamá deseaba que fuera su suegra la que estaba muerta sólo para que su cuñada sintiera remordimientos. ‘Cuanto peor, mejor’, digamos.

Es reporteada en la calle, y dice que por qué no puede opinar, si puede hacerlo cualquier inepto que no sabe hablar y que ni siquiera sabe conjugar los verbos. Ocurre que Matilde no cree en que alguien que no tenga fácil acceso a la educación pueda, no obstante, tener criterio. Porque cuando era Matildita, su mamá le enseñó que “qué se puede esperar de la hija de una sirvienta y de un mozo de bar de barrio”.

Matilde pasa varias horas frente a la computadora mandando cadenas de e-mail, con mensajes en power-point, declarando que los ‘negros’ son todos vagos y que tienen la suerte de no pescarse enfermedades, por haberse criado entre la mierda. Y está en contra del matrimonio gay. Todo porque su mamá, que es “católica apostólica romántica”, le dijo, mientras tomaban un helado en la calle, “¿Qué somos? ¿Negros, para ser tan salvajes? ¿O judíos, para no tener siquiera creencias religiosas?”.

De modo que, además, se dedica a divulgar todas las cosas que encuentra en internet, como por ejemplo que está mal dicho presidenta, porque ella no entenderá nada de política pero no quiere ser una persona malhablada, ya que sabe muy bien que es “horrible tener que vivir toda la vida rodeada de gente bruta, sin cultura”, como le enseñó su mamá. (Claro que, cuando su mamá dijo eso, inmediatamente fue cagada por el loro, igual que Matilde acaba de enterarse de que sí existe presidenta. A no contarle a nadie, por supuesto. ¿A quién le gusta contar que lo han cagado?)

Matilde toma un taxi y tuerce la boca porque el taxista es boliviano, y peor si éste se alegra porque el presidente de su país fue reelecto. Porque entonces piensa (por supuesto que no se lo dice), como su madre, “pero por qué no se quedarán en sus países estos comunistas muertos de hambre”.

Matildita no sólo es una hija de su madre. También es una sobrina de sus tíos, Antonio y Nora. Por eso, cuando tiene que ver por tele, desde el living de su casa, los casos de desnutrición en Tucumán o los inundados de Chaco, sólo puede invocar al Todopoderoso exclamando, como su tío, “¡Dios mío! Qué poco se puede hacer por la gente”, concluyendo, mientras empieza a hacer zapping hasta encontrar un programa de almuerzos, que “lo único que se puede hacer es no pensar, porque si no…”. (Esto de la boca para afuera, porque para adentro ya sabemos que ver esto sólo puede ser un motivo más de alegría según su lógica del ‘cuanto peor, mejor’.)

Es que por suerte la miseria está muy lejos de su casa. No entra dentro de esta categoría su prima, de 26 años, a la que en realidad apenas conoce, pero por la que no se preocupa, porque en todo caso lo que sobrelleva es una “miseria digna”, que no miseria a secas. Matilde pudo pagarse hace unos años un autito, una multiprocesadora y un viaje a Brasil, por eso no se incluye en la misma categoría de su prima, que tiene entendido que tiene que manejarse en bicicleta con su crío –madre soltera, en fin…– para poder ganarse unos mangos y terminar el secundario. Tanto por esto como porque Matilde mantiene a rajatabla la dieta de la Luna, siempre dice, como su tía Nora, “no soy muy amiga de las masas”.

Por último, Matildita también es una nieta de su abuela. Mamá Cora le ha contado varias veces, de niña –porque de adolescente ya no le daba bolilla–, cómo había criado a sus hijos, en particular al padre de su padre, a quien se lo mataba de hambre, se le rompía la cabeza o se lo encerraba en la piecita del fondo si lloraba mucho. “Y así salieron, sí señor, muy religiosos”, era el corolario de la historia. Por eso está de acuerdo con la mano dura, porque sabe que sólo así se pueden lograr buenas personas.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Los hijos de Matildita

Parte I: Matildita

Yo hago puchero: ella hace puchero; yo hago ravioles: ella hace ravioles. ¡Qué país!

Recordada frase presente en la obra que, después del Martín Fierro –al que podríamos considerar nuestra Génesis–, completa lo que sería la Biblia argentina, Esperando la carroza. Salvo que sería arriesgado decir que ese excepcional y visionario film es el Evangelio, al menos en el sentido etimológico del término.

Tal vez el personaje más sonado del film no sea, como cabría esperar, Mamá Cora, en torno a cuya figura se desenvuelven todas las acciones de la trama. Es que una actuación de China Zorrilla nunca puede pasar desapercibida, y así es que su personaje, la Elvira, se ha vuelto tan memorable, que hasta en el misceláneo mundo de una red social como es Facebook existe una ‘aplicación’ para obtener “la frase del día” de la Elvira.

Tampoco la figura de Antonio, el cuñado de Elvira de ‘misterioso’ pasado, pasa desapercibida. Si una frase de esta película es verdaderamente famosa, no puede ser otra que la de “¡Tres empanadas!”, la cual, sumada a la de “Ahí lo tenés al pelotudo”, “El torno [del dentista] no es la picana”, “Es justicia” y a “Circulen, viejo”, no puede dejar de ser pensada sin tener en mente las gafas y el bigotito de Luis Brandoni.

Todos los personajes de esta obra, encuadrada en el género comedia, son, en fin, notables. Desde el conformismo y la angustia de Jorge [De Grazia] (“me casé porque ustedes querían que yo tuviera una familia”) o la frivolidad e incoherencia de Nora [Blum] (“adoro a los niños: debe ser por eso que Dios me hizo estéril”) hasta la ineptitud e infantilismo de Cacho [Grandinetti] (“uh, van a ver, hijos de puta”) o la miseria y tragedia de Emilia [Catalano] (“yo quiero a mi mamá”), todos ellos encarnan tipos de sujetos que, a la manera de la Comedia Nueva, son prototípicos.

Tal vez los mencionados sean los personajes principales de la historia. Pero los personajes clave de la película, ésa que se estrenó en 1985, son otros. En particular, la nena: Matilde [A. Tenuta]. Con sus 16 años, conjuga la candidez de una niña (“¡los muertos me impresionan!”) con la desfachatez de una adolescente (“ay, papá, no pensarás que soy virgen todavía”). Está en la etapa exacta en la que aún puede ser echada de las conversaciones ‘de adultos’, pero en la que ya puede opinar sobre la eyaculación. Está, pues, a punto de caramelo para mamar todo lo que en poquísimo tiempo, cuando ya sea una mujer, la configurará como tal. Pero también por ello, es la única que, a diferencia de los adultos que la rodean, aún puede tomar un rumbo distinto del que impregna a su familia.

Tal vez a ella se dirija Susana [Villa], el otro personaje clave de la película, en la impactante escena final, dado que Matilde es la única de la familia que no está presente. Sólo los adultos quedan en esa casa ya vacía y libre de la locura que fue ese domingo, solos en esa habitación en donde impera una enorme cruz, sólo los adultos, los que ya no parecen tener la posibilidad de cambiar. Quizás la angustiosa mirada de Susana signifique que no todo está perdido para los que no son grandes aún. Pero probablemente la angustia viene dada por la desesperanza, por la seguridad de que sin duda la figura de Elvira, a quien tan apegada es Matildita, operará de modo decisivo en el futuro de la nena.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Incoherencia adversativa



Y sí, finalmente, debutó la asignación por hijo. Hay que celebrar. A lo grande.
Confieso que cuando escuché la noticia por vez primera, pensé, muy ilusamente: ¿quién puede ser tan contradictorio como para rehusar esta medida? Básicamente, mi ingenuidad me impedía vislumbrar la posibilidad de que exista alguien tan incoherente como para oponerse. De hecho, me autoconvencía, la mismísima lógica universal me acompañaba:
si:

- a) todos se quejan de la abrumante pobreza y los millones de desnutridos,

y - b) "El subsidio a niños y adolescentes llegará en diciembre a casi 2,7 millones de hijos de padres desocupados y de aquellos que trabajan en la informalidad y ganan menos del salario mínimo. La asignación también corresponde a los hijos de empleadas domésticas y a los llamados monotributistas sociales. Hasta el momento hay 1.445.000 familias habilitadas para cobrar, pero la cifra se duplicaría en los próximos meses, ya que el número de chicos que cumple con los requisitos del programa ronda los cinco millones"


ergo, -c) todos van a estar contentos de que las personas en condición de pobreza accedan a un mínimo de 180 pesos por hijo.


(Aclaro, la ilación de las premisas no es exacta ni perfecta, pero quizás me dejaba llevar más por el sentido común).

Convengamos, todos se llenan la boca hablando de los pobres. Se quejan de que haya desnutridos por todo el país. Reclaman y exigen que se los atienda y que el gobierno haga "algo". Y ahora, que por fin hizo "algo", vituperan: "¡es una medida demagógica, clientelismo!", y un par de aberraciones más. Y agregan: "¡hay que dar trabajo, no planes sociales!". Mi lógica definitivamente no funcionó como creía, no es "lógicamente universal", reflexioné.

Discutiendo esto con un tercero, pregunté: "¿Entonces, hasta que se le pueda dar trabajo, hay que dejar que se mueran de hambre?". Su respuesta fue: "No, bueno, pero....". Esa es la adversativa preferida, seguida generalmente de un absoluto silencio, o de un "qué se yo...es lo que me parece...", carente de fundamentos y razón. El "opinismo" en su grado máximo.


"¡¿No bueno pero qué?!", grité en silencio. En ese punto álgido de la discusión, opté por abandonar la cuestión, desviarme por la tangente y, acto seguido, no volver a abordar la referida temática con semejante personaje, debido a las secuelas que dicha situación acarrearía en mi salud: la profunda sensación de tristeza y pena o la ira visceral ocasionada por sus dichos.

Ahora que lo pienso, mi ilusión se estrelló con el rígido muro de la realidad. Entonces recordé la tira de Mafalda, y pensé nuevamente en Susanita. La gente -bueno, no toda, mejor: mucha gente- quiere que los pobres continúen pobres. No quiere la igualdad de clases. Quiere ser más que otro, sentirse importante, distinguida, egregia. Y esta gente, lejos de egregia, es gregaria. La repugnante manada pasta lo que escucha o lee, y lo traga sin masticarlo, como buen animal que es, para luego mugir en consonancia. No quiere quedarse fuera del tema de conversación y necesita dar balidos al respecto para no asumir su completa ignorancia. Después de todo, excepto Sócrates, nadie se reconoce ignorante. Y, convengamos, todos lo somos en algún punto.

En una obra de Marechal, un personaje dice: "La filantropía es una máscara del remordimiento burgués". Disiento, totalmente. No hay remordimiento de por medio. La "filantropía", -entendida no al estilo prometeico, sino al estilo Susanezco-, es una máscara de la esencia burguesa. Y si el gobierno les quita esa máscara (es decir, la ausencia total de pobreza -es utópico, ya lo sé, pero me reconozco naif-), las probables consecuencias para el rebaño serían las siguientes:

1. Les quitarían un tópico de su limitado y unísono mugido.
2. Les quitarían un hobby, que, en algunos casos, mantiene entretenida a la piara.
3. Les quitarían el estatus elitista que consideran merecido por nacer en alfalfa de oro: "¿mirá si el día de mañana tienen más acceso y nos igualan? No, eso sí que no! Yo soy más! Punta es para pocos, loco, Brasil es para pocos...además, si todos tenemos todo: ¿qué me distingue? No da!

En una de las entrevistas a los presidentes latinoamericanos, Lula dijo, palabras más o menos, que gobierna como una madre: una madre ama a todos sus hijos, pero cuida especialmente al más débil, al más necesitado: "Los ricos no necesitan al Estado". Me alegro y celebro que este gobierno por fin haya prestado atención a los más débiles. Y a todo aquel uniforme ganado que se opone, los exhorto a que dejen de observar el mundo a través de sus ojos unidireccionales, que por dos segundos se pongan en la posición del otro y dejen de cocear obcecadamente.
Y, si no, te reto, a vos, oponente, a que te plantes en el medio de una villa carenciada y grites a los cuatro vientos que sos opositor, que objetás la medida, que preferís que se mueran de hambre. Dale, te reto! Hacelo! Bancate tu discurso clasista! Ah...no lo vas a hacer?
Veleta, mantené tus "principios" en todo momento y lugar!

martes, 1 de diciembre de 2009

Aventura en el C3

Hace poco en el colectivo había un señor mayor con un brazo lastimado que ocupó un asiento entre los primeros lugares luego de una discusión que desafortunadamente logré captar sólo de manera trunca, por haber yo ingresado al vehículo cuando aquélla ya había dado comienzo. Al parecer, el señor subió al transporte y no había un asiento disponible, por lo cual exigió, de la peor manera, que se lo otorgara nada menos que una mujer con un bebé en brazos que iba en el primer asiento –siendo que otros asientos cercanos estaban ocupados por personas jóvenes y sin dificultades de movilidad que ya estaban prontas a cedérselo, de todas formas–. Este señor ocupó finalmente el lugar que otra persona le cedió pero, no contento con ello, espetó sus más logradas defenestraciones a la mujer con el niño porque el cartel en el colectivo decía “Primeros asientos reservados a ancianos, discapacitados y embarazadas”. Dado que la categoría “persona con niño en brazos” no estaba explícita, el hombre quiso hacer valer su derecho de legitimidad de ese asiento que tan vilmente estaba siendo usurpado.

La lluvia de críticas de casi todos los cotransportados no se hizo esperar, y el anciano replicaba de manera virulenta e irrespetuosa a todos ellos. Su corolario fue: “Por eso el país está como está, con este gobierno de porquería” –palabras más o menos–.

Entonces yo pensé:

“No, señor. Más que del país, habría que hablar de la sociedad. Y eso no es culpa de un gobierno. Ojalá fuera culpa de un gobierno, pues entonces el remedio estaría en cambiarlo. Pero no. La culpa es de la gente que tiene por centro del universo a su propio ombligo, como usted, señor. Los valores morales no los inculca un gobierno, sino la familia y la escuela. Afortunadamente, tanto mis padres como mis maestros y profesores me enseñaron a pensar en los demás antes que en mí misma –y eso que no tuve ninguna crianza religiosa–. Afortunadamente, me inculcaron que debo ceder el asiento a una persona a la que considere que puede tener dificultades para movilizarse, sin necesidad de que tenga que decírmelo un cartel. Afortunadamente, incentivaron en mí el razonamiento crítico personal, que me hace ver que no necesito de una orden ni de una sugerencia para hacer lo que ya sé que debo hacer –o lo que no debo–. Afortunadamente, las personas encargadas de educarme me hicieron notar que en cada pequeño acto cotidiano, ya sea urbano, hogareño, laboral, etc., debemos ser sumamente cuidadosos de lo que decimos y hacemos, pues nadie más que cada uno de nosotros será responsable de sus consecuencias. Afortunadamente, creo que hay muchas personas como mis padres y mis maestros impartiendo experiencias de ese tipo para que podamos pensar en un futuro más promisorio. En verdad me aterra pensar que usted tenga hijos y nietos a los que comunique este tipo de comportamientos y de formas de razonar, echando la culpa a terceros sin saber observar su propia responsabilidad en cada acción. De hecho, me aterra pensar que gente como usted esté dando clases en escuelas. Porque en ese caso, sí, pensaría que no tenemos futuro como sociedad, señor.”

Pero no le dije nada de esto, pues, después de haber pasado alguna experiencia similar en la que sí hablé, me di cuenta de que es una pérdida de tiempo. Pues lo que no se aprende en la casa o en la escuela difícilmente pueda aprenderse en un colectivo. No obstante, al descender, me recriminé una y mil veces no haber descargado todo lo que pensaba, aun sabiendo de antemano que el señor jamás me daría la razón, si es que escuchaba, detrás del implacable e incesante manto de insultos que profería, alguna de mis palabras.

En fin, la anécdota dio para hacerme pensar en dos puntos. Primero, el ya mentado en toda mi elucubración pasajera. Y segundo, la fuerza y el valor concedido a la palabra, en este caso la escrita. El señor fundó toda su argumentación (si así se le puede llamar) en una simple omisión textual, omisión debida a falta de espacio físico en el cartel –pues en otras unidades he podido ver que se explicita entre las personas con dificultades motrices a quienes cargan niños– o (no excluyente) simplemente a apelar al sentido común de la gente. Sólo por ello me pareció que podría ‘justificarse’ la obstinada postura del hombre. Pero, en ese caso, yo igualmente le respondería con palabras de Cicerón: “Pero por favor, señor, no sea idiota –en el más prístino sentido del término–: Summa ius, summa iniuria”.