jueves, 28 de enero de 2010

Yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos

"El Estado es impersonal: el argentino sólo concibe una relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho, no lo justifico o lo excuso"
"Lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano".
Jorge Luis Borges. Nuestro pobre individualismo, Otras Inquisiciones.

Para quienes no reconozcan el título, pertenece a una célebre canción de Sumo, escrita por su genial (y creo que el adjetivo es hasta mezquino) vocalista Luca Prodan, "El cieguito volador".
Es prácticamente imposible, al menos para mí, descifrar el por qué me gusta una canción. O me gusta o no, pero desentrañar la etiología es destruir su arte, creo. Esta canción me llamó la atención por expresar tan correctamente la óptica de un murciélago, de un ajeno, de un extraño y, por qué no, de un extranjero.

Estamos acostumbrados a observar el mundo con una sola óptica, la propia. Y por más que intentamos "ponernos en el lugar del otro", los prejuicios se nos adelantan y ganan la carrera en más de una oportunidad. Qué hacer cuando esto sucede, es la cuestión. El que afirma que no tiene prejuicios (así, taxativamente lo digo), miente. Todos los tenemos: y sí, son pre-juicios, no juicios. El juicio debe tener un conocimiento de causa, una razón, una raíz. Los prejuicios son el salto pseudo-lógico por economía cuasi-ética, cuasi-moral, que emitimos por evitar razonar, por contumaz pereza. Ahora bien, admitido el error, nos enfrentamos con nosotros mismos, con nuestra verdad, nuestra mezquindad, nuestra miseria. Y al verla cara a cara, se nos presenta el interrogante: quid faciamus?

Berlusconi dice que los inmigrantes engrosan las filas de la criminalidad, es el título de una nota. En qué se basa, vaya uno a saber. Probablemente en que los europeos son, bueno, europeos, y no roban con pistolas sino con firmas (en el mejor de los casos), o con bombas (en el peor). Ladrones de guantes blancos, que les llaman.
La abominable sentencia de "El Cavaliere" puede ser rechazada desde múltiples perspectivas: para empezar, discriminatoria, para terminar, xenófoba, pero lo que me llama la atención es la practicidad con que se aborda una temática tan compleja como "la inseguridad". Algo así como "no más extranjeros = no más delincuencia". Claro que aceptar esa ecuación raya en aceptar "extranjeros = delincuentes". Y ya la vecina se espantará porque en Europa ella es "delincuente", pero acusa groseramente a nuestros "delincuentes", los extranjeros vecinos y los vecinos extranjeros.

Y no hace falta irse al Viejo Continente para encontrar soluciones prácticas a problemas complejos. En más de una ocasión se culpa con ignorancia supina a la clase baja de los delitos, a los "morochos", a los "negros", calificados inmediatamente con un adjetivo despectivo (como si el sólo llamarlos "negros" no lo fuera), alegando como solución la policía en las calles, la baja en la mayoría de edad, la suba en las sentencias. Soluciones todas al secundario efecto , no a la primera causa , que, sabemos, continuará ocasionando los mismos resultados.
Y estamos en una Argentina donde Duhalde quiere que las Fuerzas Armadas colaboren con la lucha contra "la inseguridad" (¿algo así como "muerto el perro, se acabó la rabia" o "mayor represión = menor delincuencia?), ignorando -ex profeso- que la causa de la delincuencia es un modelo económico que él y sus secuaces se encargaron de impartir y repartir -pero, ojo, sin compartir-; Mirtha se dice "rubia por dentro y por fuera" y yo me pregunto qué cuernos es "rubia por dentro": ¿elitista? ¿oligarca? ¿burguesa? Adjetivos que posiblemnte ella asume con total orgullo. Susana también proclamó anteriormente la vuelta del servicio militar obligatorio para contener a los jóvenes (como si las Fuerzas Armadas fueran la solución para todos los problemas...(me olvido, ilusamente, que, para ellos, las Fuerzas Armadas son LA solución...vaya uno a saber a qué problema, pero son LA solución, porque "antes se vivía mejor").
Prejuicios...Prejuicios...Aprender a identificarlos y a hacerse cargo de ellos, esa es la cuestión.
Los dejo con el resto de la canción:
"Los murciélagos son tétricos
Dan miedo y terror
Y nunca están limpios
Los murciélagos se quedan abrigaditos
En cuevas tristes
Los murciélagos tienen alas de cisne
Y se cuelgan hacia arriba
Viendo tu panza al revés
(...)
Revés al panza tu viendo!
Yo estoy al derecho!
Dado vuelta estás vos!

lunes, 25 de enero de 2010

Columnas preotoñales...

Defensa del aguaviva

Por Juan Sasturain

Más que el bicho –que es extraordinario– me gusta la palabra. Y me suena y la propongo masculina en singular por necesidades de oreja, por marca de origen –el agua/las aguas– y porque el adjetivo acoplado llegó después, lo pegaron. Es que aguaviva, como suele suceder con los nombres de los peces, los árboles y los pájaros, es una invención popular, producto de la experiencia directa, de la impresión. Más tarde –o en paralelo– vienen los nombres científicos o las denominaciones académicas, de necesaria función clasificatoria. Lo de medusas y todo eso. Pero aguaviva, como benteveo, pensamiento, cabecita negra o bicho bolita son invencibles.

Y lo curioso, en este caso, es que la imagen que se usó para nombrar a alguien/algo con tan mala prensa no fue de connotación ominosa o negativa –existen el agua negra y la marea roja con ese sentido– ni tampoco tan positiva o piropeadora como el excesivo pejerrey. Nada de eso. La mirada, la impresión que está detrás de la palabra aguaviva –como es el caso de la nunca suficientemente recordada lombriz solitaria– es, sin duda, poética.

Tanto es así, que a principios de los sesenta, uno de los más interesantes grupos de poetas iracundos que surgieron por entonces -–Romano, Thenon, Vignati y otros– se reunieron y se expresaron a través de la revista y editorial Aguaviva, rescatando las ideas de vitalidad y virulencia. Que de eso se trata, me parece.

La referencia me lleva inevitablemente a pensar en el mosquito –palabra preciosa también–, título de otra famosa revista, satírica en este caso, que hizo roncha –con perdón del humor negrísimo– en la época de la devastadora fiebre amarilla. Es que, como bicho, el mosquito comparte con el aguaviva un común destino de víctimas de cierta inquina malediciente. Fechada y localizada, además.

Así, no sólo se los anatemiza sin matices y con mala leche (se confunde alevosamente la molestia hinchapelotas habitual con el perjuicio grave ocasional), sino que se enmascara el simple malhumor con una impostada inquietud existencial de pretensión metafísica. Se suele oír: ¿Por qué carajo existen? ¿Para qué mierda sirven? Obviamente, a estas preguntas más o menos retóricas arrojadas hacia el cielo no se las resuelve con explicaciones ecologistas o referencias cultas y equilibradas respecto de los misterios del ecosistema y otras verdades bienpensantes. Yo creo que, para entender (no necesariamente amar) a las aguasvivas y no maldecir al mosquito, hay que pensar desde otra parte. En ese sentido, acaso convendría hacer un esfuercito y ver franciscanamente a las hermanas aguasvivas y al hermano mosquito como una señal de cómo son probablemente las cosas.

Concentrémonos en la urticante especie marina. Sin duda que quien la bautizó tan poéticamente tenía, al hacerlo, una experiencia y una expectativa diferentes del mar y del hábitat del bicho (más totalizadora y ecuánime, digamos) que las que tiene el que hoy la putea desde la mera orilla y desde el puntual verano. Es el hombre constituido en pescador habitual, embarcado, que tira redes y cuela agua al azar, que la ve brillar entre otros brillos, moverse en el límite entre algo y nada a la hora de evaluar el contenido de la red, el que convive con ella, el que poéticamente la nombra. Es el hombre devenido en turista ansioso que no convive sino visita –sin aviso– sólo el borde del mar, para bañarse, quien no entiende al aguaviva y la putea.

No es su culpa, hay una moderna Ideología del Uso Compulsivo del Tiempo Libre -–la refutación doliniana del turismo es una crítica ejemplar al respecto– y una Mitología de las Vacaciones como recetas sustitutivas del Paraíso que le (nos) quitan perspectiva. Así, prolifera la histeria: ciertos informes periodísticos sobre aguasvivas y mosquitos parecieran querer operar como el puto y ominoso riesgo país. Y no es así.

Todo el tiempo sabemos que el quinto evangelista se llama Murphy. En la leve bizquera de la mujer hermosa, en el embozado grano de pimienta del salamín, en la pelota en el palo, en el fascismo de Pound, en las espinas solapadas del dorado, en la inoportuna muerte de dos de los cachorritos, en la gotera de la casa nueva, en el invencible corcho del champán sin gas que corta el clima o en el lapsus ilevantable que arruina el polvo, en todas partes está la evidencia de la imperfección necesaria, de los irreductibles detalles indeseables.

Detalles, precisamente. Hay quienes dicen o explican –porque creen o les divierte la idea– que Dios está para las grandes cosas, y que el Diablo está en los detalles. Una forma de entenderlo es que al poner la atención en los detalles le hacemos el juego al Diablo. Nos enfermamos, bah; no entendemos el juego en que andamos.

La otra posibilidad es bajarse de donde carajo nos creamos que estamos parados y nos pensemos como lo que acaso somos en nuestra propia condición humana de turistas engrupidos: detalles indeseables. Los mosquitos de Dios, las aguasvivas incomprensibles del Universo.

sábado, 23 de enero de 2010

Una de cal y una de arena...

"Eso es lo que han hecho con la idea del Estado: subvertirla tanto, que ya esa gente no entiende por Estado algo en común, sino la amenaza del reparto. No hay ningún pensamiento más funcional a esos pocos que manipulan a tantos, que ése: que la equidad es una amenaza".


Chile y Bolivia
Por Sandra Russo

Ya hacía unos años que a la Argentina había vuelto la democracia, y apenas un par que este diario existía. Me tocó en suerte una cobertura inolvidable: ir a Chile a cubrir las elecciones con las que Augusto Pinochet se despedía. No se despedía del todo, porque había hecho una Constitución a su medida y quedaba como senador vitalicio. Pero aquel Chile fue una fiesta. En el acto de cierre de la Concertación, en el que hablaba Patricio Aylwin, quien sería el presidente electo, miles y miles de personas se apiñaban haciendo flamear sus banderas. Esas y otras banderas habían estado guardadas durante los años de dictadura. Chile, esas dos sílabas, ese nombre comprimido y rítmico, significaba entonces muchas cosas. Sobre todo significaba todavía Salvador Allende, significaba el Estadio Nacional, en consecuencia significaba Víctor Jara. Chile era llorar por los ausentes, y se lloraba de pena y de alegría al mismo tiempo esos días.

Las democracias latinoamericanas fueron llegando como pudieron. Fueron oportunidades arrancadas al enorme y monstruoso ballet de una generación más de militares que se aceptaron a sí mismos como el brazo armado de un orden de cosas que quisieron instaurar como el orden natural de las cosas. En cada país hubo pequeños grupos de civiles que buscaron y obtuvieron su propia representación en las fuerzas armadas. Tenemos esa clase de burguesías. Bananeras. La chilena, aunque camuflada en la circunspección idiosincrática y el recato religioso, fue tan bananera como la que más. Por bananera entiendo haber rifado sin titubeos una de las democracias más sólidas del continente para sacarse de encima, con estado de sitio, asesinatos y encarcelamiento de opositores, a un gobierno legítimo que estaba orientado hacia los débiles.

Ese sigue siendo nuestro problema en la región. Cómo pueden sostenerse los gobiernos que no se inclinen en el gesto de aceptación acrítica a lo que les exijan los países más poderosos.

Chile en aquel tiempo también significaba Ariel Dorfman y Armand Mattelart, y su Para leer al Pato Donald. Aquellas generaciones de latinoamericanos estaban descubriendo algunos mecanismos de colonización mental, algunos ardides a través de los cuales nuestros pueblos seguían viendo bello al rubio y feo al negro, confiable al blanco y ladino al indio. La aparatología cultural, puro artificio de comunicación de masas, no tenía todavía oponente. No había Ciencias de la Comunicación ni teorías que nos explicaran por qué y cómo la gente votaba contra sí misma, en una ensoñación programada para vulnerar hasta lo indecible a las mayorías.

Teníamos bases de ciudadanía extremadamente acotadas y selectivas. Se daba por bueno lo extranjero y malo lo nacional, como en esa propaganda de la silla que describió hace poco la Presidenta y que muchos hemos vuelto a ver con ojos azorados. Un hombre que se sienta en una silla hecha en la Argentina, y se cae porque la silla está mal hecha, no resiste su peso. Se exhibían entonces muchas otras sillas importadas, en las que cualquiera podía sentarse con confianza.

Lo ingenuo, lo falaz, lo antipatriótico y lo antipolítico de esa propaganda hoy la haría imposible. Sobre todo porque nos hemos sentado en infinidad de sillas importadas que se cayeron, y porque hasta el más desentendido entenderá al menos como un problema la desocupación de los trabajadores que hacen sillas y la quiebra de las fábricas de sillas. Pero en aquella época, en aquella edad del pavo mental que vivimos como continente y que terminó con los peores crímenes que puedan imaginarse, los ciudadanos eran niños leyendo al Pato Donald. Con fuerzas armadas instruyéndose en la Escuela de las Américas. Con burguesías y oligarquías aliadas en la saña que siempre pretendió ser moral o ideológica y siempre mintió, porque era económica. Algunos pocos generaron o preservaron negocios gracias a convencer a muchos de que había un estado de cosas que era el orden natural de las cosas.

Nunca nada tuvo por qué ser como fue. Lo que pasó fue la historia, con sus móviles, sus protagonistas, sus responsables, sus ganadores, sus firmantes. Tanto dolor, tanta muerte, tanto exilio, anidó en la parte más soez de miles de personas que, con el cuello apenas un poco afuera del agua, quieren hundirle la cabeza al de al lado. Hace unos días un hombre más bien pobre, que criticaba furiosamente al gobierno argentino, gritaba que él se había esforzado por pagar su jubilación y que ahora resulta que más de dos millones de vagos que no aportaron gozarán de su mismo beneficio. Eso es lo que han hecho con la idea del Estado: subvertirla tanto, que ya esa gente no entiende por Estado algo en común, sino la amenaza del reparto. No hay ningún pensamiento más funcional a esos pocos que manipulan a tantos, que ése: que la equidad es una amenaza.

Estos días en los grandes medios escuché a unos cuantos comunicadores machacar con el ejemplo chileno. Se referían a que Michelle Bachelet fue a saludar personalmente al presidente electo, el empresario Piñera. Vienen dando el ejemplo chileno porque Chile ya significa otras cosas. Significa beige, no rojo. Lo rojo se apiña en Bolivia, que ninguno de ellos da nunca como ejemplo de nada, a pesar de que es el país de la región cuya economía creció más el último año, y cuyos logros sociales van mucho más allá de lo aceptable para el statu quo. En Bolivia la democracia cura, educa y alimenta. En Bolivia el presidente Morales habla de la “revolución democrática” porque hay que sincerarse: que coman, se curen y se eduquen todos es lo revolucionario en estos países exóticos sólo si se los mira con el ojo del amo. La equidad, es necesario repetirlo, está siendo vestida de amenaza. Ese también es el ojo del amo.

Lamenté profundamente el triunfo de Piñera, lamenté ese retroceso, esa berlusconiada. Lamenté por anticipado lo que pasará y lamenté también tener que sepultar aquel recuerdo, el de Chile explotando de alegría con el fin de la dictadura. Porque la democracia, pensábamos todos entonces, no era solamente el llamado a elecciones sino la posibilidad de recrear las redes de solidaridad y de equidad que la dictadura había roto. La democracia, creíamos entonces, como había expresado aquí el entonces presidente Raúl Alfonsín, era una herramienta para dar de comer, para curar, para educar. Pues bien: eso lo ha hecho Bolivia y no Chile. No lo ha hecho hasta ahora, y con Piñera menos. Los ejemplos no son inocentes.

miércoles, 20 de enero de 2010

Releyendo el Critón

Estuve releyendo el Critón, de Platón. Qué bueno, porque, después de varios años desde la primera lectura, me había quedado cierta sensación de insatisfacción (la cual, en realidad, siempre me queda después de leer a Platón). Es que en gran medida acordaba con lo que allí se plantea, pero me parecía que un detalle no se contemplaba.

Para quienes no lo conocen, el Critón es un diálogo propio de la juventud de Platón dedicado, como otros de la misma etapa, a recordar los últimos días de Sócrates. El episodio narrado en este diálogo nos muestra a Sócrates en prisión, a dos días de su muerte, junto a su amigo Critón, que ha ido a visitarlo con una propuesta: la fuga. Critón, hombre adinerado, propone subvencionar todo lo que sea necesario para ello. Sócrates se niega, y sus argumentos son los que componen esta breve obra.

Particularmente interesante, e importante desde un punto de vista literario, es el episodio de la prosopopeya de las Leyes. Sócrates, en su afán argumentativo, y siempre atendiendo a su procedimiento didáctico-dialéctico, imagina que las Leyes mismas, como divinidades, se le aparecen para plantearle lo absurdo y, principalmente, injusto de su proceder, en caso de aceptar la propuesta de Critón. Platón aprovecha para hacer explícita la concepción del contrato de un Estado democrático con sus leyes:

- Dinos, Sócrates, ¿qué piensas hacer?, ¿verdad que con lo que te propones llevar a cabo intentas destruirnos a nosotras, las leyes, y a la ciudad entera en lo que está de tu parte?, ¿o tal vez te parece posible que siga existiendo, que no se venga abajo aquella ciudad en la cual no tienen fuerza alguna las sentencias pronunciadas, sino que pierden su autoridad y son aniquiladas por obra de los particulares?

Además de resaltar lo injusto de una acción tal como la que propone Critón, Sócrates imagina que las Leyes también le expondrían lo absurdo y ridículo de su proceder, siendo él un hombre que dedicó su vida a impartir que Lo Bueno, Lo Bello y Lo Justo son Lo Verdadero, y quienes se aplican a ello son los verdaderos virtuosos. De modo que las acusaciones de las Leyes recaerían sobre él en un grado mayor que sobre el resto de los atenienses. “¿Y dónde se nos quedarán aquellos razonamientos sobre la justicia y la restante virtud?”.

Y dejo de lado otras cuestiones sumamente interesantes que se plantean en el diálogo de un modo más secundario, como el ‘qué dirán’, la opinión mayoritaria del ‘vulgo’, que “es capaz de darnos muerte”, etc.

Volviendo al principio, ¿qué es lo que no me cerraba del texto? Pues estoy esencialmente de acuerdo en todo lo que se plantea respecto de la justicia democrática y las leyes. Ahora bien: tanto quienes escriben la letra de la Ley como quienes acusaron a Sócrates no son divinidades ni entidades producto de la imaginación: son hombres. Y, en cuanto tales, pasibles de error, envidia, calumnia, ansias de poder, etc. ¿Por qué atenerse a unas leyes bastardeadas por personas que meramente se han dedicado a calumniar e inventar razones para condenar a un hombre que les molestaba? Y aun cuando realmente creyesen ciertas las acusaciones, y no lo hicieran con ánimo vil, habrían caído en el grave error de la ignorancia, por desconocer la auténtica orientación de las actividades de Sócrates (al menos según nos cuentan Platón y Jenofonte, principalmente). Así pues, ¿es razonable atenerse a las leyes cuando son proclamadas y ejercidas por personas injustas?

Y aquí está el valor de la relectura: quién sabe por qué artilugio de la memoria, no recordaba en absoluto el siguiente pasaje que, además, es el que cierra la escena de la prosopopeya de las Leyes y, prácticamente, el Critón. Las Leyes, por primera y única vez, hacen una concesión:

- Ahora bien, es cierto que ahora vas a marchar al Hades, si es que vas, víctima de una injusticia –te la han ocasionado los hombres; no nosotras, las leyes–; pero, si escapas de la ciudad devolviendo tan vergonzosamente injusticia por injusticia, mal por mal, quebrantando los convenios y acuerdos que con nosotras concertaste y dañando a quienes menos deberías dañar, es decir, a ti mismo, a tus amigos, a tu patria y a nosotras, en ese caso, nosotras seremos duras contigo, mientras vivas, y allí nuestras hermanas, las leyes de la morada del Hades, no te acogerán con benevolencia, sabedoras de que hiciste lo posible por acabar con nosotras.

Al final, algo, aunque sea pequeño, se decía en el diálogo acerca del ‘factor humano’.

Las leyes pueden ser malinterpretadas u obligadas a significar lo que necesite el legislador de turno, que es un hombre. Pero ellas mismas son, esencialmente, “buenas”. En caso de considerarse “malas”, pues entonces otros hombres se dedicarán a reformularla, ampliarla, cortarla o lo que fuere menester. Mas, mientras se mantengan en su carácter de “inamovibles”, no podemos, no debemos oponernos a ellas, al menos si queremos seguir viviendo en un Estado democrático.

domingo, 17 de enero de 2010

Es el medio ambiente, estúpidos!

En otra ocasión también "publiqué" -¿qué verbo se utiliza para esta acción? ¿copiar? ¿pegar? ¿postear?....¡reproducir!-. Comencemos de nuevo:
En otra ocasión, reproduje el pensamiento de Giardinelli con relación a las inundaciones. Ahora reproduzco su pensamiento con relación a todo el medio ambiente argentino y, por qué no, mundial, universal.
Para que la ecología no se estanque únicamente en las banderas de los recitales de Manu Chao -donde toda la multidumbre fervorosa exclama, y clama, la barbaridad de la ineptitud y desconsideración del gobierno de turno, pero al salir del estadio arrojan las botellas de plástico en la vía pública- o en las frases rimbombantes sin acciones consecuentes del estilo "Cómopuedeser!", "Nadiehacenada!" (y aprendamos a incluirnos en ese "Nadie"), para que el activismo ecológico comience por cada uno de nosotros, y no le exclamemos, ni clamemos ni arrojemos la culpa a nadie...Empecemos por casa...

Es el medio ambiente, estúpidos
Por Mempo Giardinelli

Cuando el fiscal de Río Cuarto Walter Guzmán archivó la investigación por la muerte de Natalia Sonia Gallardo –una cordobesa de 28 años que miraba el paso del Rally Dakar– y decidió ni siquiera imputar al piloto alemán Mirco Schultis, la Argentina toda pareció no darse cuenta de lo que esto significa.

“La conducta del corredor es la propia de una carrera” –determinó Guzmán– y la joven “estaba en un lugar donde no era permitido ubicarse”.

Algo así como “algo habrá hecho” la víctima, descartando olímpicamente que el motociclista se salió del camino y atropelló e hirió a varios espectadores, y que había una enorme organización detrás de él.

La joven Gallardo no es la primera víctima del Dakar en Sudamérica. Ya el año pasado tres personas perdieron la vida: el motociclista francés Pascal Terry, encontrado muerto tres días después de desaparecer, y dos ciudadanos en Chile, en un accidente sugestivamente silenciado.

El mismo silencio cubre la historia negra de esta carrera originalmente llamada Rally París-Dakar, que fue prácticamente expulsada de Europa y de Africa, y a la que Francia exigió incluso que se le quitara el nombre de su capital. Salvo aquí, el mundo entero sabe del desprestigio de un “espectáculo” que no es más que la aventura de unos pocos privilegiados, que ha producido ya más de 50 muertes y que por doquier deja desastrosas consecuencias ambientales.

El Rally se hizo famoso por el desafío que era unir en coche Francia con Senegal. En los primeros años no se pensaba en los daños ecológicos que se producían y tampoco se cuestionaba el trato inhumano hacia los habitantes de los países africanos, entonces poco menos que bestias de carga en los campamentos. El Rally era un “safari” y con el tiempo muchos empresarios fueron descubriendo el filón que significaba el concurso de las más famosas marcas de vehículos, bebidas, tabacos y otros artículos de consumo de ricos, más los derechos de televisión.

Pero tuvieron que irse de Africa cuando los países africanos se convirtieron en “inseguros”. Un poco por hartazgo ante el daño ecológico, otro por circunstancias políticas y algunos atentados, el Rally Dakar, con el nombre reducido y nulo prestigio en Europa, debió buscar otros horizontes. Parece que hubo intentos de hacer la carrera en los Estados Unidos (Cañón del Colorado), Canadá y Australia. Pero fracasaron porque esos países, cuando depredan, lo hacen hacia fuera: en sus territorios son rigurosamente conservacionistas.

Entonces apareció la opción sudamericana, donde hay buena rentabilidad, cero rigor ambiental y funcionarios con reputación de coimeros. Argentina y Chile, dos países con reconocida distracción ambiental y nulo combate a la corrupción, eran ideales. Y encima, el cholulismo del poder y de los medios les facilita conseguir subsidios estatales, de manera que buena parte del enorme costo lo terminan pagando los contribuyentes depredados.

Los daños son tremendos, porque en los paisajes andinos, como en los desérticos, la vida vegetal y animal está siempre en delicado equilibrio, que se rompe ante el rugido de cientos de motos, autos y camiones, a grandes velocidades y consumiendo miles de litros de combustibles.

Al parecer, y según informes circulantes en la web, el itinerario fue modificado este año en su paso por Mendoza, porque algunos dueños de tierras les han hecho juicio. En Córdoba también. En cambio La Rioja, Catamarca y San Juan ya se sabe que son tierra de nadie para el desastre ecológico.

Precisamente a finales de 2009 se conoció –aunque los grandes medios porteños casi no le dieron espacio– que la Universidad Nacional de Córdoba, por abrumadora mayoría y luego de un largo debate, rechazó los fondos “donados” por la Minera La Alumbrera de San Juan. Antes lo habían hecho ya las UN de Río Cuarto y de Luján. El doctor Raúl Montenegro, uno de los impulsores del rechazo, calificó la decisión de “histórica” y “profundamente ética” porque los fondos “proceden de una empresa que consume irracionales cantidades de agua en una provincia semiárida, contamina el ambiente y rompe los tejidos sociales con sus practicas clientelares”.

No son meras palabras: desde 1997 la mina utiliza 95 millones de litros de agua por día que obtiene en Campo del Arenal, una reserva de agua subterránea poco conocida. Consume el 25 por ciento de la energía eléctrica del NOA y el 87 por ciento del consumo total de la provincia de Catamarca. Y desde 1999 se detectan drenajes ácidos que, según Montenegro, “son la peor amenaza de la minería”. Los efectos contaminantes no se reducen a Catamarca; se han comprobado en Tucumán y hasta en el embalse de Río Hondo, Santiago del Estero.

La prensa nacional calló, casi masivamente, la represión del 19 de diciembre pasado en Andalgalá, donde fuerzas de Gendarmería desalojaron la ruta donde los habitantes protestaban contra la minera. ¿Por qué? Porque el pueblo entero de Andalgalá, de 20.000 habitantes, fue vendido recientemente para la explotación minera y va a desaparecer.

La indefensión ambiental argentina es ya escandalosa. Ahí están los canales de Areco y los miles que debe haber en todo el territorio bonaerense aunque lo nieguen los señores Biolcati y Buzzi. Ahí está la amenaza al Ayuí en Corrientes. Ahí la minería depredadora en San Juan y otras provincias. Ahí la inoperancia manifiesta de la Ley de Bosques. Y ahí el insólito, ya insostenible veto presidencial a la Ley de Defensa de los Glaciares.

¿Cómo es posible que el Gobierno no advierta la estupidez de ese veto, tan grave como su inacción frente a las mineras y su permisividad con “espectáculos” como este rally, en el que hasta las Fuerzas Armadas prestan colaboración? ¿Y que en la durísima oposición casi ningún dirigente ni partido, con la sola excepción de Pino Solanas, se ocupe de estos asuntos? ¿Y que la gran mayoría de los argentinos, y sobre todo sus dirigentes, sean tan inconscientes, o corruptos, que no reaccionan ante la destrucción de nuestro hermoso territorio?

Es desesperante que a estas preguntas las responda el silencio. Es gravísimo que seamos uno de los países más estúpida y ambientalmente
suicidas del planeta.