miércoles, 20 de enero de 2010

Releyendo el Critón

Estuve releyendo el Critón, de Platón. Qué bueno, porque, después de varios años desde la primera lectura, me había quedado cierta sensación de insatisfacción (la cual, en realidad, siempre me queda después de leer a Platón). Es que en gran medida acordaba con lo que allí se plantea, pero me parecía que un detalle no se contemplaba.

Para quienes no lo conocen, el Critón es un diálogo propio de la juventud de Platón dedicado, como otros de la misma etapa, a recordar los últimos días de Sócrates. El episodio narrado en este diálogo nos muestra a Sócrates en prisión, a dos días de su muerte, junto a su amigo Critón, que ha ido a visitarlo con una propuesta: la fuga. Critón, hombre adinerado, propone subvencionar todo lo que sea necesario para ello. Sócrates se niega, y sus argumentos son los que componen esta breve obra.

Particularmente interesante, e importante desde un punto de vista literario, es el episodio de la prosopopeya de las Leyes. Sócrates, en su afán argumentativo, y siempre atendiendo a su procedimiento didáctico-dialéctico, imagina que las Leyes mismas, como divinidades, se le aparecen para plantearle lo absurdo y, principalmente, injusto de su proceder, en caso de aceptar la propuesta de Critón. Platón aprovecha para hacer explícita la concepción del contrato de un Estado democrático con sus leyes:

- Dinos, Sócrates, ¿qué piensas hacer?, ¿verdad que con lo que te propones llevar a cabo intentas destruirnos a nosotras, las leyes, y a la ciudad entera en lo que está de tu parte?, ¿o tal vez te parece posible que siga existiendo, que no se venga abajo aquella ciudad en la cual no tienen fuerza alguna las sentencias pronunciadas, sino que pierden su autoridad y son aniquiladas por obra de los particulares?

Además de resaltar lo injusto de una acción tal como la que propone Critón, Sócrates imagina que las Leyes también le expondrían lo absurdo y ridículo de su proceder, siendo él un hombre que dedicó su vida a impartir que Lo Bueno, Lo Bello y Lo Justo son Lo Verdadero, y quienes se aplican a ello son los verdaderos virtuosos. De modo que las acusaciones de las Leyes recaerían sobre él en un grado mayor que sobre el resto de los atenienses. “¿Y dónde se nos quedarán aquellos razonamientos sobre la justicia y la restante virtud?”.

Y dejo de lado otras cuestiones sumamente interesantes que se plantean en el diálogo de un modo más secundario, como el ‘qué dirán’, la opinión mayoritaria del ‘vulgo’, que “es capaz de darnos muerte”, etc.

Volviendo al principio, ¿qué es lo que no me cerraba del texto? Pues estoy esencialmente de acuerdo en todo lo que se plantea respecto de la justicia democrática y las leyes. Ahora bien: tanto quienes escriben la letra de la Ley como quienes acusaron a Sócrates no son divinidades ni entidades producto de la imaginación: son hombres. Y, en cuanto tales, pasibles de error, envidia, calumnia, ansias de poder, etc. ¿Por qué atenerse a unas leyes bastardeadas por personas que meramente se han dedicado a calumniar e inventar razones para condenar a un hombre que les molestaba? Y aun cuando realmente creyesen ciertas las acusaciones, y no lo hicieran con ánimo vil, habrían caído en el grave error de la ignorancia, por desconocer la auténtica orientación de las actividades de Sócrates (al menos según nos cuentan Platón y Jenofonte, principalmente). Así pues, ¿es razonable atenerse a las leyes cuando son proclamadas y ejercidas por personas injustas?

Y aquí está el valor de la relectura: quién sabe por qué artilugio de la memoria, no recordaba en absoluto el siguiente pasaje que, además, es el que cierra la escena de la prosopopeya de las Leyes y, prácticamente, el Critón. Las Leyes, por primera y única vez, hacen una concesión:

- Ahora bien, es cierto que ahora vas a marchar al Hades, si es que vas, víctima de una injusticia –te la han ocasionado los hombres; no nosotras, las leyes–; pero, si escapas de la ciudad devolviendo tan vergonzosamente injusticia por injusticia, mal por mal, quebrantando los convenios y acuerdos que con nosotras concertaste y dañando a quienes menos deberías dañar, es decir, a ti mismo, a tus amigos, a tu patria y a nosotras, en ese caso, nosotras seremos duras contigo, mientras vivas, y allí nuestras hermanas, las leyes de la morada del Hades, no te acogerán con benevolencia, sabedoras de que hiciste lo posible por acabar con nosotras.

Al final, algo, aunque sea pequeño, se decía en el diálogo acerca del ‘factor humano’.

Las leyes pueden ser malinterpretadas u obligadas a significar lo que necesite el legislador de turno, que es un hombre. Pero ellas mismas son, esencialmente, “buenas”. En caso de considerarse “malas”, pues entonces otros hombres se dedicarán a reformularla, ampliarla, cortarla o lo que fuere menester. Mas, mientras se mantengan en su carácter de “inamovibles”, no podemos, no debemos oponernos a ellas, al menos si queremos seguir viviendo en un Estado democrático.

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