miércoles, 3 de agosto de 2011

Adjetivos calificadores de quien los enuncia...

El censor de Clemente da clases de política


Nunca deja de sorprender que los mismos medios hegemónicos que auguran la declinación definitiva del ciclo kirchnerista, se ocupen y se preocupen tanto en presentar a Cristina Kirchner y a los seguidores de su modelo como una especie de secta lunática perdida entre las brumas de la irrealidad. A esta altura, tanta saña editorial se parece más a una confesión de impotencia que a ninguna otra cosa:
Ni 100 tapas negativas, ni 300 editoriales filosos, ni 500 zócalos belicosos en TN pudieron sacar del campo de juego a una mujer, para más datos, viuda reciente. Pero sus editorialistas insisten obsesivamente como si se les acabara el tiempo para arrojarla a la banquina de la historia, en la medida de lo posible humillada, antes de que la justicia ponga en su lugar a sus accionistas. Siempre es conveniente recordar –porque en la cadena nacional anti-K el tema es censurado de un modo casi infantil– que Héctor Magnetto, el CEO de Clarín; y Bartolomé Mitre, uno de los dueños de La Nación, enfrentan una causa judicial por delitos de lesa humanidad cometidos en el despojo accionario de Papel Prensa a la familia Graiver, en complicidad con Videla y Martínez de Hoz, durante la dictadura militar. El expediente ya tiene 70 cuerpos, cuando hace un año tenía apenas 100 fojas, y la pena para ese delito es la cárcel. Clarín y La Nación son parte: no están obligados a decir verdad en el proceso. Pero, a su vez, le dicen a la sociedad que son diarios: están obligados a publicarla. Esa bipolaridad, quizá, explique su grado de histeria y manipulación. Magnetto está más desesperado en derrotar al kirchnerismo que el propio Mauricio Macri, que se bajó de la presidencial. Él tiene tiempo, claro. Magnetto, casi nada: octubre llega muy pronto. No es la desinversión que propone la Ley de Medios, solamente, lo que le genera dolores de cabeza al Rupert Murdoch argentino: es el resultado de la investigación judicial en curso por Papel Prensa lo que le arde en la sangre.
¿La operación contra el juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Raúl Zaffaroni, de impecable trayectoria académica y judicial, envuelto de manera tonta en un escándalo donde ni siquiera hay delito, será un aviso de Magnetto y sus socios a toda la corporación judicial por si esta se atreve a avanzar sobre sus bienes y libertades? Da que pensar. Hasta ahora, Clarín atacó e hirió con todo tipo de operaciones a aquellos que representan valores vinculados al capital simbólico del proceso de reconstrucción iniciado en la Argentina en 2001, que curiosamente fue inaugurado por una pesificación benevolente de sus deudas en dólares y una ley de protección de Bienes Culturales, también llamada “Ley Clarín”, que impidió que sus acciones mayoritarias quedaran en manos de grupos extranjeros. Rodaron en esta verdadera campaña de demolición Hugo Moyano (que resistió el neoliberalismo, aunque a muchos no les guste admitirlo), los pañuelos de Madres y Abuelas (que pelearon contra la impunidad de todos estos años) y la prensa contrahegemónica (la que no se arrodilla ante el monopolio) que expresa, por ejemplo, Víctor Hugo Morales. Ahora le tocó el turno a Zaffaroni, el juez que llegó a la Corte más independiente de la historia nacional, orgullo de todos los argentinos, los kirchneristas y los que no lo son, ni quieren serlo. ¿Qué país nos quiere dejar Magnetto con tal de salvarse? Fácil, uno donde no se pueda creer en nada, donde no haya trayectorias, ni personajes relevantes, ni siquiera símbolos sagrados. Una gran ciénaga donde, en el mismo lodo y todos manoseados, da lo mismo el que trabaja, que el que afana, que el que mata o está fuera de la ley. Se sabe, allí, en la jungla donde vale todo, los poderosos son los que ganan siempre.
Como paradoja de este tiempo tan convulsionado, el periodista que fue censor de la tira Clemente, la maravillosa creación de Caloi que publica Clarín, arremete desde el púlpito de la tribuna de doctrina mitrista, léase La Nación, para decidir quiénes son los buenos y los malos de toda esta película. En dos entrevistas imperdibles, una en el Canal Encuentro, con el escritor Juan Sasturain; y otra en la TV Pública, a cargo del historiador Felipe Pigna, Carlos Loiseau (tal el nombre real de Caloi) reveló que durante la dictadura Joaquín Morales Solá era el encargado de decidir qué tira de Clemente se publicaba en el diario de Ernestina de Noble y Magnetto y cuál no, qué temas podían abordarse y cuáles evitarse, si quería conservar el trabajo y, quizá, la vida misma. En resumidas cuentas, Caloi puso a Morales Solá donde la historia, finalmente, lo va a recordar, mal que le pese: el del censor durante la trágica noche del terrorismo de Estado. Mientras a la gente se la arrojaba desde los aviones, Morales Solá se ocupaba de que el personaje sin manos, mezcla de aceituna y vaya a saber qué cosa, no dijera nada inconveniente para sus patrones.
Hoy ocupa un lugar parecido, con formas más sutiles, disimuladas en el prestigio cuestionado de las editoriales de La Nación. Ya no es Clemente el personaje que lo desvela: ahora es Cristina Kirchner, la viuda, su luto y todo lo que podría pasarle a sus patrones, los mismos de ayer, si esa mujer es reelecta en octubre por el voto popular.
En su columna de ayer, página 15 del diario de Mitre y Fernán Saguier, Morales Solá habla de la “congoja pública” de la presidenta y sugiere que es, casi, una pose: “Contrasta con la decisión, íntima y tenaz, de cambiar profundamente la política y los hombres que encarnaron al kirchnerismo en vida de su esposo.” ¿Sugiere, acaso, el censor de Clemente que Cristina Kirchner ajusta cuentas con su extinto marido, aprovechando que yace para la eternidad en una tumba gélida de la patagonia? ¿Tan mala es esa mujer?
Vale acotar que Morales Solá no usa su espacio para criticar a la familia Blaquier y a los jueces que le responden porque la insólita concentración de tierras del emporio en Jujuy produjo reclamos sociales y represión policial con un saldo de cuatro muertos, sino para horadar la figura de un gobierno nacional que, precisamente, hizo de la no represión de la protesta social una bandera. Nada de eso, qué tanto.
Si se continúa leyendo su prosa violenta, a la que debe creer sin dudas partera de la historia, Morales Solá somete a Cristina Kirchner al acoso gramático de diferentes adjetivos, casi todos de mal gusto, débilmente empolvados de giros lingüísticos de un narrador que extravió el rumbo: Cristina sería, según él, “confusa”, “abrasiva”, “turbulenta”, “superficial”, “enclaustrada”, “fanática”, “berrinchosa”, “implacable”, “imparable”, “sorda”, “terca”, “casi ciega”, “brutal” y así siguen sus definiciones más o menos gentiles. El texto, sin embargo, más allá de las calificaciones, tiene como objeto último plantear una “nueva tesis”, que en realidad huele a viejo: Cristina no sería peronista, nunca le sentó bien “ni su liturgia ni sus apariencias”, concluye Morales Solá. Cristina es “cristinista”, descubre, entre pretenciosamente sagaz y horrorizado, a la vez. En síntesis, el censor de Clemente, nada menos, la echa de la Plaza del peronismo porque encarna “una estética precisa y un discurso improbable”. De acá a un próximo editorial reivindicando el peronismo “no camporista” de Eduardo Duhalde y Luis Barrionuevo, sólo faltan un par de ediciones más y bastantes adjetivos negativos menos, por supuesto. Morales Solá es, sencillamente, obvio. 
En los Estados Unidos profundo, hay personas que creen que Barack Obama es un agente del terrorismo islámico infiltrado en la Casa Blanca, cuando no un extraterrestre que aterrizó en Washington para llevarse todas sus riquezas. No es un chiste: esto ocurre. En general, se trata de fanáticos con muy bajo nivel de instrucción, que visten de fajina, recelan hasta del híper-conservador Tea Party y viven sugestionados por los programas basura de la cadena FOX. La cabeza de toda esa gente es el distrito electoral donde Rupert Murdoch es “el puntero” o capanga.
Los argentinos estamos a tiempo de no ceder a la “relatomanía” de los Magnetto y sus columnistas, que lo único que quieren es retener sus privilegios, arrojando dudas y sospechas sobre todo lo que los amenaza, democráticamente hablando. Porque hay que decirlo: sólo en un país donde las cosas funcionan directamente al revés de lo que deberían, el censor de una tira cómica en la etapa más sangrienta del país puede, desde su púlpito avinagrado, marcarle el rumbo a los actores políticos, económicos y sociales de una Argentina que quiere ser distinta.
Distinta y mejor.  <

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