martes, 4 de enero de 2011

Feliz año, lechones!

Feliz año, lechones
Por Eduardo Blaustein

A ver si poniéndole onda nos ingeniamos para hacer una contratapa findeañera que adolezca de amargores. Ooommmmm. Una contratapa que (¿otra vez?) hable malito de los medios. Pero de un modo, digamos, livianegui, tranquinal, festilindo. O desde otro lugar; y a la sombra.Va dedicada esta contratapa entonces, deseándole felicidad al universo todo, a la Argentina media mediática rezongona. Que naides alce el facón diciendo que hablar de una Argentina rezongona – quejica es buena expresión, pero no telúrica– implica desconocer a los millones que la pasan fulería. No es sobre ellos la cosa. Es, entre otros, sobre los que están medianamente o muy gorditos y no les va tan mal. Al-fon-sín.Hablemos pues, con el mismo gesto contrito, amargo, acalorado y gritón que buscan afanosamente los movileros para representar un país de gesto contrito, amargo, acalorado y gritón. Hay una sinergia allí que es a la vez maravilla y espanto: nos retratan irritados y nos irritan, nos capturan puteando y nos convertimos en legión de puteadotes. Nos angustian, nos degradan, nos intoxican, nos llenan la cabeza, nos perturban, nos cagan hasta las fiestas.Y no es necesariamente que lo hacen con severos escándalos políticos. Lo hacen minuciosamente todos los días erosionando con chiquitaje forzado: “falta nafta/ largas colas” (largas colas las que se van de vacaciones por las rutas), “decenas de barrios sin luz” (récord de consumo), “la autopista Buenos Aires-La Plata está imposible”. Pronúnciese “imposible” como sobreesdrújula, con acento en la primera i y un gesto de antiguo maricón de variedades: ím-po-si-ble. “La ciudad, un horno”. Ir al kiosco de la esquina, “una odisea”.Detengámonos en los pánicos del verano con sus alertas de incendiados colores. Primera cuestión: ¿hace falta que la tele salga a la calle para que la gente que está en la calle sepa cómo está en la calle respecto del calor? ¿La gente está en la calle con calor pero necesita que le certifiquen que tiene calor? ¿Necesita saber la gente que tiene sed que la sed se sacia con agua, que a fines de diciembre en el microcentro la ropa liviana es más conveniente que el sobretodo y que la sombra es preferible a Ra?Es cierto que en mi infancia no existía internet. Pero que yo recuerde de entonces –años ’60– ya se había inventado el verano. Y los 33, 34, 38 grados. En mi infancia (y fue una infancia de clase media) combatíamos patéticamente la cosa con un ventiladorcito de mierda con carcasa de hierro y paletas de bronce que yo paraba con un dedo. Nunca hubo ni aire acondicionado ni ventilador de techo. La primera revolución tecnológica a la hora de combatir los 36 grados fue un turbo industria nacional cuya marca no recuerdo, pero andaba entre Fundaleu y Laponia. ¿Y qué hacíamos con la calor por las noches? Ventanas abiertas y tres veces a la madrugada mojarnos el bocho y la almohada.Y saltaban los tapones, y echábamos Flit, y sin embargo los bichos se arremolinaban en nubes en torno de la lámpara sobre la mese en la que cenábamos, y una noche en mi barrio hubo una eclosión de algo así como cigarras que amanecieron muertas de a miles, resecas sobre la calle y las veredas, y los alguaciles anunciaban lluvia, y poníamos la botella en el congelador diminuto de la heladera Siam, la legendaria de la manija rematada en pelota de ping-pong.Pero sobre todo, fiera, no éramos tan rezongones o quejicas, tan de bufar indignaditos como viejo maricón de varieté, tan formateados por los medios para serlo. A cierta edad uno alucina por ciertas transformaciones sucedidas en pocos años: de la bella heladerita de roble a hielo seco que usaban nuestros viejos a la gigantesca con freezer, del brasero al microondas, de las cartas que llegaban tres meses después o nunca en el exilio a internet y los celulares. Conviven sin embargo en Argentina los usos masivos de todo aparataje con un difuso imaginario de crisis permanente y de queja, rezongo, putear al otro y mariconada.La hipótesis es ésa, entonces: que si nos hicimos más chotos, más mañeros, más putos del orto de revista con Moria Casán, en alguna medida fue por la presencia avejentante de los medios que tantos nos emputecen y fatigan. Siempre tratando de dar con el sorete virtual al que echarle la culpa, fieles a la noble tradición del que no llora no mama. Hay una Argentina ventajera, chiquita, egoísta, producto de ese clima irritadito de 36 grados a la sombra. Aquí va en primicia absoluta, escandalosa exclusiva, un dato por el que nos afiebramos de rabia hace unos días en Miradas al Sur. Trabajábamos a todo trapo el miércoles 22 pasado para cerrar la edición posterior a la Navidad. Hambre tuvimos. Pedimos sámbuches del bar que suele aprovisionarnos. No vamos a buchonear aquí cuál es el bar. Pero sí digamos que está en una esquina de Palermo Viejo, al límite con Queens. Pinta de bar de barrio, de parada para tacheros y laburantes. De ese bar impío y falsario el que suscribe pidió un sámbuche de salame y tomate. Digan ustedes: ¿cuánto lo cobraron? ¡¡¡¡16 pesos!!!! ¡¡¡¡Un cacho de pan, una feta de salame, otra de tomate!!!! ¡¡¡¡El tomate en estos días anda en menos de cuatro pesos el kilo!!! ¿Cuánto puede costarle al dueño del bar ese sámbuche? ¿Un peso y medio? ¿Dos pesos? ¿Tres pesos? 16 pesos contra tres, hagan ustedes el cálculo del margen de ganancia y metaforicen libremente con las empresas del rubro que se les cante.–Pensá en los gastos de alquiler del local, la luz, el personal –dijo una compañera, pretendiendo ser irónica.Con todo respeto por el pequeño comerciante de las pampas, en estos días de lechón, vitel thoné y alto consumo hay que decirlo: hay una Argentina profundamente jodida, una Argentina gastronómica, rotisera, parripollera, franquiciera de empanadas, que es de lo más… (espacio para publicidad) … que tenemos. Es parte de esa misma Argentina ventajera que se prolonga y rebrota entusiasta en decenas de localidades turísticas. Denuncia nuestro compañero de redacción Miguel Russo que en cierto restaurante tradicional de Gesell de un día para el otro le duplicaron el precio de su morfi preferido (chipirones a la plancha) porque “comenzó la temporada turistica”. Es una Argentina del presente histérico perpetuo (casualmente el tiempo que conjugan los medios), de la apuesta corta al lucro rapidito. Así crecieron de horribles, apuntando exclusivamente a la guita de cada temporada, nunca cuidando el futuro, tantos lugares que fueron bonitos, de Gesell a Bariloche. Crecen, y por favor sepan disculpar el gorilismo, de un modo profundamente grasa, feo y ruidoso.Así que quéjense, manga de turros. Y no vengan a decir que uno está en contra del progreso porque confort no es progreso y si ustedes se hicieron adictos al celular o al split es porque no recuerdan lo grata que era la vida cuando cazábamos en horda. Así que sigan quejándose. Porque hace calor, porque ponen el acondicionador al mango de a millones y se corta la luz. Corten la calle por eso y después puteen a los que la cortan por otras razones. Mátense nomás a bocinazos. Pidan la horca para todos los árbitros de todas las divisionales y para los DTs el garrote vil. Échenle la culpa de la ausencia de lluvias a los funcionarios del mundo entero. Cambien nomás el auto y vayan a la cola de la Shell. Cómprense siete plasmas y diecisiete camaritas digitales y vuelvan a tocar furibunda la bocina ante la cabina del peaje, de camino a la costa, manga de gorditos, amargos calvos y lechones.Felices fiestas para todos, ya me hicieron calentar (mil perdones a los que en estas horas padecen algún corte de luz).

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